IX

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Antes de que nadie supiera más nada de él, Anheril despertó a decenas de espíritus, y conoció a decenas más que ya habían aparecido de forma intencional o accidental. Cada uno de ellos contribuyó en la búsqueda de otros. Visitaron distintas regiones, fueron queridos y temidos en distintas localidades. Devolvieron a la Tierra la población de ángeles como alguna vez lo había estado milenios antes. La última vez que fue visto en el Bajomundo, estaba a punto de subirse a un helicóptero, junto a Maximiliano Stillman, para dirigirse al Paraíso cuando fueron detenidos por una voz conocida.

Hacía algunas semanas, el dueño de aquella voz había encontrado a un hombre de barba poco crecida, desprolijo y sucio, que buscaba refugio de la incesante lluvia en unas carpas a las que se dirigía. Fue allí cuando un grupo de personas de largos sacos oscuros y rostros pintados aparecieron para identificar al misterioso hombre que parecía tener intenciones de ingresar al pueblo. Los cuatro miembros presentes de la Horda notaron el porte del misterioso hombre, su chaleco verde bañado en barro lo había delatado. Enseguida dedujeron su procedencia.

—¿Qué es lo que quiere alguien del Paraíso en estas tierras? —dijo aquel con el rostro pintado de Gorila.

Maximiliano Stillman no dudó en enfrentar a sus anfitriones. Había sobrevivido como pudo en los últimos días, pasando hambre y frío, y nada le iba a impedir ahora refugiarse de la lluvia que no paró desde su desamparo. Pero no fue la necesidad lo que llevó a Maximiliano a atacar a la Horda, sino el impulso de vengarse de ellos por lo que le habían hecho a Francisco Andrew. Si bien se había vuelto común en el Bajomundo la costumbre de pintarse los rostros, había reconocido a los animales totémicos de la Horda enseguida gracias a las descripciones de Francisco y Esaú.

—Es un suicidio —manifestó Evangelina cuando vio al misterioso hombre acercarse a ellos con intenciones de luchar—, estás desarmado y te superamos en número.

Segundos después tuvo que tragarse sus propias palabras al ver la flecha que le había disparado rebotar del hombro de Maximiliano. Todos los ulteriores ataques tuvieron el mismo destino. La Horda sintió que trataban de cortar una montaña con sus armas de filo, que repelían y hasta se rompían con el impacto al hombre del Paraíso. A Maximiliano le bastó con empujarlos con una sola mano para derribar y lanzar a metros a quienes no pudieron esquivarlo.

—Debe ser otro espíritu —alcanzó a decir Joel, luego de haber roto la pared de una cabaña, tras ser lanzado con una fuerza increíble.

Detrás del Lobo de la Horda, por el hoyo en la pared que su cuerpo había causado, un anciano de larga barba gris, sosteniendo su caminata con una gruesa rama que usaba de bastón, se asomó y le contestó a Joel:

—Es solo un hombre, dotado de una ciencia que lo ayuda a manipular la energía espiritual en su cuerpo.

—Ustedes bárbaros del mundo inferior —dijo Maximiliano—, van a morir por ser la escoria del planeta y por lo que le hicieron al doctor Andrew.

—Fueron ustedes quienes nos condenaron a esta vida a base de una mentira —le contestó Magdalena.

El anciano tomó la delantera, posicionándose entre el superhombre y la Horda. Luego de una risa de burla de parte del señor Stillman, atacó rápidamente al anciano decrépito. Creyó que lo despedazaría enseguida, pero sus ojos casi salieron de su rostro con la sorpresa de ser detenida su fuerza inhumana. El Chamán Mateo, quien no necesitaba de ninguna tecnología para dominar las potencialidades espirituales, detuvo el ataque como si hubiese venido de un hombre corriente y apoyó su palma en la frente de Maximiliano. El hombre del Paraíso perdió el equilibrio y cayó. Se sintió por un momento mareado y débil. El Chamán Mateo le había dado la espalda y se estaba retirando cuando Maximiliano trató de saltar hasta su posición y atacarlo por detrás. Pero sus piernas, que normalmente le permitían brincar de un rascacielos a otro, lo traicionaron haciéndolo tropezar.

A la sombra del ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora