Hubo una noche en la que un grupo de exploradores encontraron un conveniente lugar para acampar y protegerse tanto de la nieve como de la eterna noche debajo del Paraíso. Los bloques de rocas con runas escritas en la superficie de cada una de ellas, ubicadas en círculos y de una extraña formación, parecían haber estado diseñadas para que este grupo colgase sus carpas y descanse de la larga travesía. No le dieron demasiada importancia a las dudas que despertaron al ver la misteriosa formación de rocas, de un mineral que parecía ser de otra región y las extrañas escrituras antiguas que presentaba. Esto se debía al cansancio de los viajeros, al frío que estaban pasando, al hambre y la sed. Pero por sobre todo a la resignación, pues el mundo estaba lleno de misterios que nunca debían ser resueltos. O así creía entonces un joven llamado Mateo Cantos.
Ninguno supo cuánto tiempo duró el sueño. El despertar fue regocijante, se sentían llenos de energía y hasta parecían haberse eliminado todos los malestares. Bien hubieran preferido seguir durmiendo, mas los estímulos del exterior se tornaron insoportables. Cuando la luz del día los encandiló, Mateo, quien yacía durmiendo, tuvo el primer reflejo de voltear su posición hasta que se levantó de un salto con las siguientes palabras:
—Pero si acá no llegaba el Sol...
Con la boca abierta del asombro, Mateo Cantos y sus compañeros dudaron si realmente se habían despertado cuando notaron que el tiempo alrededor de ellos avanzaba imparable. Les tomó cinco amaneceres darse cuenta que no era un sueño. La nieve se había transformado en lluvia, la lluvia en hojas secas, las hojas secas en nueva vida sobre el césped, y así, las estaciones avanzaban en cuestión de minutos. Pero lo más sorprendente y a la vez gratificante, era que ya ninguna ciudad flotante obstruía el cielo, que también alternaba entre celeste, negro estrellado y tormentoso. Quizás se adaptaban sus cuerpos a la misma velocidad, o bien eran inmunes a los cambios del entorno. No dejaban de expresar asombro y algo de temor a lo que experimentaban, hasta que todas sus preguntas fueron planteadas a la extraña voz que susurraba del viento. Conversaron con la montaña, con la tempestad y la tormenta, con un tornado y un terremoto, con el calor del verano y el frío del invierno. Por primera vez desde el sello, el ser humano tuvo contacto con los espíritus. Eran entidades elementales escondidas tras las representaciones de los fenómenos de la naturaleza. Algunos tomaban una figura antropomorfa para conversar más de cerca con los exploradores, pero así como un ángel presentaba su naturaleza lumínica y un demonio se manifestaba en su velo de sombras; los espíritus antiguos conservaban sus características elementales aún en la forma humana. De ellos aprendieron que, si se dominaba la palabra, se le podía dar forma a la realidad. Entendieron que no existían fenómenos por sí mismos, sino las representaciones e interpretaciones de los hechos, y que al alterar dichas representaciones producía su efecto no solo en la percepción de los fenómenos sino en la realidad. Después de un tiempo, los exploradores lograron crear tornados con el soplo, moldear la tierra con la voluntad y llamar a la tormenta con el deseo.
—En este plano es más sencillo que en el mundo físico —explicó el espíritu de la montaña—. Cuando vuelvan a la Tierra notareis la diferencia.
—¿Quién dijo que íbamos a volver? —dijo Mateo—. Este lugar es fascinante y se ve el cielo. Allá afuera es un infierno.
—Tenéis permitido quedarse todo el tiempo que deseen —dijo el espíritu—, mas os advierto, el mundo espiritual puede ser un infierno peor.
Haciendo caso omiso a las advertencias de la montaña, los humanos continuaron en aquel mágico plano donde el tiempo avanzaba desmedidamente. Era tentador, pues las necesidades fisiológicas que tanto padecieron en la travesía no tenían lugar alguno en aquella dimensión. Si comían de los frutos que rápidamente crecían de los árboles, era por mero placer, aunque a veces era imposible por la velocidad con la que maduraban. No necesitaban dormir tampoco, pero se les fue enseñado y recomendado el meditar, por las migrañas que sufrían después de tantas revelaciones.
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A la sombra del Paraíso
Fantasy"Era el único hombre vivo en aquel aterrador y oscuro pantano. Los árboles torcidos y sin hojas, la poca vegetación, los restos de lo que alguna vez fueron criaturas vivientes. Componentes perfectos para la imagen de un escenario donde no muy regula...