XVI

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Todas las mañanas, entre el retorno a Leviatán y la guerra contra el Paraíso, Adkimla hizo sus visitas al pantano para ver a Ikb'Maiet. Le atraía aquel demonio con una curiosidad irresistible. Ni las advertencias del resto de los seres de luz, ni los discursos a sus espaldas cargados de malas intenciones lograron que la más hermosa de las ángeles desista de conversar con el demonio a quien terminó amando. Sólo en una oportunidad fue él quien la visitó a ella en Leviatán, la vez que lo convocaron para aclarar las dudas sobre los sueños de Evangelina. Cada conversación que la bella ángel y el demonio sin emociones llevaron a cabo duraron una eternidad. Charlaron sobre la existencia misma, sobre lo que era estar vivo, lo que era ser espíritu y sobre los recuerdos humanos que formaban sus identidades. Se preguntaron sobre el origen de ellos mismos y se enseñaron numerosas teorías, imposibles de comprobar. Más importante aún, hablaron sobre la luz en el pecho de quien se supone era una criatura de oscuridad. Ikb'Maiet respondió como pudo.

—Desde que el primer ángel alteró el velo espiritual para que, a partir de entonces, todos nacieran ángeles; no contó con los efectos secundarios. Primero aparecimos nosotros, los demonios. Luego más alteraciones imprevistas tuvieron su protagonismo, hasta que el ritual de las ruinas nos selló.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó fascinada Adkimla—. ¿Lo viviste?

—No. Así como vos, es la primera vez que existo en el mundo físico. Cuando mi conciencia se formó, el sello ya se había realizado. Quien me contó aquello fue alguien quien, como yo, es un error imprevisto de la alteración del velo.

—¿Tiene una luz en su pecho igual que vos?

—Ella solía emanar luz de su cuerpo, como vos. Ahora es una criatura de oscuridad como yo.

—¿Entonces es posible alternar la naturaleza?

—Así parece, pero no tengo ni idea de cómo lo hizo.

En esos días abundaba el interés investigativo. Adkimla proponía al demonio de rostro enmascarado jugar con sus auras. Sintieron con atención cómo los cuerpos de cada uno reaccionaban ante el aura del otro. Se agrietaban, naturalmente, además del calor que sentía él, y el frío que la oscuridad le traía a ella. La curiosidad era más fuerte que el dolor. Sólo cuando Adkimla acercaba su brillante mano al pecho del demonio, el resplandor oculto bajo su sayo negro y entre sus costillas asomaba. Entonces Ikb'Maiet sentía un profundo dolor, pero a la vez era testigo de recuerdos de dicha, únicamente permitidos para un ángel. Tanto jugaron con sus cuerpos, que lograron acostumbrarse y sentarse uno al lado del otro. Luego lograron abrazarse y, finalmente, besarse. Era la primera vez en la historia que una criatura de luz y otra de oscuridad lograban semejante vínculo. Durante estos juegos surgió el tema de los estados que cada uno despertaba, la cólera y pánico que Ikb'Maiet liberaba cuando se convertía en el monstruo de su interior, y la descontrolada euforia de los desvaríos de la ángel. Ambos estados completamente opuestos entre sí, más de lo que ya eran naturalmente, pero a la vez presentaban la misma característica: perdían el control.

En una oportunidad, Adkimla revivió en el eco del pasado los espectros del guerrero a quien Ikb'Maiet le rendía culto con su imagen. El mismo episodio que presenciaron Tirnáh y Kidema cuando realizaron el ritual para traer al espíritu sin emociones, fue observado por Adkimla. Los espectros de la caballería de un rey de hace cientos de años combatían con un guerrero de túnica negra, máscara y cabello artificial largo.

—Este hombre está disfrazado de vos —dijo Adkimla.

—Dudo que él supiera algo de mí, en aquella época el sello de las ruinas no se había roto —respondió Ikb'Maiet.

La bella ángel no pudo sentir el pasado de aquel espectro. Sintió pena cuando Ikb'Maiet le comentó sobre ello, con pocos detalles para evitar espantarla. Pero Adkimla fue testigo de algo que al resto no le fue posible divisar. Luego de la victoria del guerrero vengador, Tirnáh, Kidema e incluso Ikb'Maiet llegaron a ver cómo el guerrero caía y se dejaba vencer ante la muerte. Adkimla, por su parte, describió a una ángel apareciendo sobre el cuerpo del guerrero, con sus hermosas alas desplegadas, y se llevaba al caído.

A la sombra del ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora