VII

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Hacía tiempo habían empezado a correr numerosos rumores sobre distintos espíritus detectados tanto en las ciudades vecinas como en la lejanía del Bajomundo. Quienes seguían estas historias se enteraban por viajeros errantes sorprendidos de su público cada vez más numeroso. Un grupo de leviatenses, formada tanto por supersticiosos como por negadores, escuchaban ceremonialmente el aparato robado por Adán, el Gorila de la Horda, pero no obtuvieron demasiadas novedades después de la descripción que el obispo había dado sobre los invasores y de la historia sobre Anheril. Lo que satisfizo la curiosidad de quienes se interesaban fueron dos hombres tomados de la mano que se acercaron desde el sendero hacia las montañas. Uno de los que se turnaban para vigilar las afueras de la ciudad en caso de peligro hubo de frotarse los ojos porque creyó haber visto que la vegetación florecía en segundos cerca del paso de estos hombres. Antes de que se hayan presentado formalmente, incluso antes de que llegaran al pueblo, los que escucharon la historia filtrada de Salomón Arturia reconocieron instantáneamente que se trataba de Anheril y el espíritu que habían traído con la espada del Rey Sánchez II.

Pese al deleite, la Horda de Leviatán no abandonó su guardia. Habían pasado por muchas decepciones, habían apostado tan obstinadamente a la seguridad del pueblo ante cualquier amenaza, que eran inmunes al aura de los ángeles. Joel, el Lobo de la Horda, no creía al principio otra cosa que no fuese en la humanidad de sus visitantes. Explicaba el fenómeno de sus pieles luminosas como efectos especiales, propios de la tecnología del Paraíso. Por su parte, Evangelina, la Serpiente de la Horda, le aseguró que no existe nada en la obra del humano que pueda simular la perfección de aquellas dos entidades. Estaban a punto de separarse por los alrededores para divulgar el descubrimiento del documento que revelaría la verdad detrás de la separación de la humanidad y la construcción de las ciudades celestiales. Fueron interrumpidos por la llegada del ángel de espaldas y vientre ancho y un vigor de lo más juvenil pese a su barba ceniza. Aquel de cabellos de fuego a su lado se presentó como Jao'lod, con una formalidad impecable sin perder su manera de gesticular que parecía invitar a dirigirse a él con extrema confianza. A diferencia del pueblo de Betania, en Leviatán no despertó repudio alguno el amor que se demostraban entre los dos seres luminosos, sin embargo, se resguardaban de ellos como lo hubiesen hecho con cualquier desconocido.

Morgan, la Orca de la Horda, consumido por el vacío de su ánimo, había manifestado escaso interés en divulgar la verdad detrás del documento. Magdalena, el Leopardo, compartía la misma idea, sosteniendo que en otras regiones quizás no se confiaría en su descubrimiento por el amor todavía profesado a la civilización de arriba, tal como era ejemplo Betania. Pero el interés de Morgan habría de ser recuperado después de la visita de Anheril y Jao'lod, quienes fueron sometidos a esclarecer las preguntas del pueblo entero. Les interrogaron sobre sus identidades, sobre su naturaleza o raza, de dónde vienen y si eran fantasmas de difuntos del pasado. Los ángeles, como los habían llamado después, se reían antes de responder cada pregunta con una amabilidad que no pudo haberse considerado burla. Respondieron a través de palabras que despertaban más dudas. No cerraban con afirmaciones, sino que abrían más interrogantes.

—Tengo en mi memoria —dijo Anheril— recuerdos que no me pertenecen, episodios que no he vivido, lágrimas de felicidad que de mis ojos no cayeron. ¿Soy la acumulación de varios recuerdos, de distintos seres humanos?

—Antes de que nos invocaran —siguió Jao'lod—, antes de atravesar esta realidad física, recuerdo estar suspendido en una marea de ideas. ¿Soy las manifestaciones de la energía mental de todos los seres vivientes, y de las cuales un conjunto se ha asociado y creado una unidad que se reconoció a sí misma con el nombre de Jao'lod?

Joel los acusó de charlatanes que ocultaban con parábolas y trucos especiales sus verdaderas identidades. En público los criticó por desconocer el verdadero origen de su ser, a lo que Anheril le respondió:

A la sombra del ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora