VIII

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La noticia de los espíritus pasó de exagerados relatos errantes a convertirse en una cotidianidad tan naturalizada que se dejó de dudar al respecto. Si los habitantes del Paraíso hubieran tenido permitido mantener contacto con el Bajomundo, hubiesen desalojado de sus representaciones la palabra mito de la mentira. Si al Bajomundo, por su lado, le hubiese sido permitida su accesibilidad a las ciudades celestiales, no hubiesen mitificado a la tecnología.

—Los cuentos dicen que existían aparatos que cabían en la palma de tu mano con imágenes que se movían bajo tu propia manipulación y abrían las puertas a un mundo virtual —solía contar Adán.

Joel siempre creyó que la tecnología que describía su compañero estaba más cerca de la ficción que la realidad, de cualquier modo, estaba encantadísimo en comprobarlo. Evangelina evitaba satisfacer este tipo de curiosidades, no porque sus vagos recuerdos de la infancia le impedían formular una idea acabada, sino porque nada le repudiaba más que hablar de las maravillas de su antigua ciudad.

Con la llegada de las criaturas de luz, casi toda la atención se había centrado en ellas, empañando los lentes paradigmáticos de cada sujeto para después limpiarlos con sus propias teorías sobre los espíritus. Cuando se plantearon el compromiso de hacer público en las distintas regiones del Bajomundo los secretos detrás del documento, Morgan sólo la aceptó para usarla como pretexto de llegar a conocer otros espíritus en su camino. No fue el aura de los ángeles, que tanto regalaba al corazón de la Orca un nunca antes sentido estado de satisfacción y un escape más placentero a su dolor que el que le ofrecía la máscara, sino la curiosidad de conocer aún más la naturaleza de estos seres, aunque eso signifique cruzarse con los demonios. El vacío existencial de la Orca de la Horda encontró una suerte de entusiasmo ante este nuevo enigma para la humanidad.

Cuando Anheril y Jao'lod anunciaron su partida en busca nuevos ángeles, Adkimla, conmovida por la historia detrás de la aparición de las ciudades celestiales, decidió ayudar a esparcir la verdad. Anheril hubiera recomendado no involucrarse en las cuestiones políticas de los humanos, pero sintió no tener ninguna jurisdicción sobre la postura de su compañera, por lo que se limitó a pedirle que no dude en alumbrar el cielo cuando necesitara ayuda de ellos. Lo mismo le fue dicho a la comunidad de Leviatán que, imposibilitado a lanzar destellos de sus cuerpos como lo hacían los ángeles, Adán dejó instrucciones de cómo utilizar un viejo sistema de fuegos artificiales que desempolvó de su taller.

—Es lo mejor al alcance del humano para simular un cometa hacia el cielo, como aquel que vimos en el ritual de Adkimla —dijo Adán, antes de agradecer el compromiso de los ángeles.

El Gorila de la Horda también se encontró sumamente complacido con los ángeles. Nunca le interesaron los mitos ni los relatos del Chamán Mateo, sino que era un hombre de ciencia. Antes de conocerlos, en medio de las voces que el aparato comunicador les ofrecía, hubiese preferido nunca enterarse de la existencia de ninguna entidad paranormal. Su actitud terrenal, no obstante, no fue lo suficientemente rígida para negar lo que su cuerpo sintió en la cálida atmósfera del cementerio durante el nacimiento de Adkimla. Los recuerdos sobre su hermano fueron adornados felizmente desde entonces, mas la amargura de tal pérdida no hubo de aliviar jamás. Antes de que inicie la travesía por el Bajomundo, Adán le confesó a Adkimla las sensaciones que el ritual que la trajo le despertó. En medio de las lágrimas que no fueron causadas, como sucedía en la mayoría, por la belleza inexplicable de aquella majestuosa criatura de luz, ni por su aura que transmitía una conmovedora melancolía, sino por sinceros recuerdos que derretían sus ojos; Adán le relató la historia de su hermano pequeño a Adkimla y cómo sólo pudo resignificar su muerte gracias a ella. La bella ángel no pudo sentirse más halagada, y aunque su actitud siempre ha sido un tanto frívola y hasta infantil, se manejó con extrema madurez frente a las palabras del humano con quien había iniciado amistad.

A la sombra del ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora