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Mucho antes de la era de las ciudades flotantes, un preadolescente de blanco cabello había sido capturado por la caballería del rey de su ciudad. Encerrado en una jaula, despertó de la inconciencia que le habían dejado a golpes en la cabeza y sus grises ojos observaron la escena más atroz que nunca hubiese imaginado. No sólo perduró aquello hasta su muerte, sino que su impacto emocional tuvo tanta relevancia que se impregnó por siempre en el mundo espiritual. El conjunto de ideas que más tarde cobraría una identidad incluyó en las memorias que resonaban en su ser aquel eterno episodio donde torturaban y violaban a una mujer. Habiendo sido acusado de librepensadora en un contexto donde no se le permitían hablar, la pobre fue víctima de lo peor del ser humano. Su amado, encerrado en la jaula y obligado a presenciar aquello, pedía a gritos que por favor se detengan, con los ojos como cascadas de bronca e impotencia. Una y otra vez golpeaba la jaula, se lastimaba los puños, la cabeza y se desgarraba la garganta a gritos, que no eran más fuerte que los de su amada, quien estaba siendo manoseada, lastimada y obligada a ejecutar actos grotescos por muchas manos a su alrededor. Cuando la muerte había vencido a la resistencia de la mujer, la caballería del rey procedió a cortarle la piel de la cara.

—Acá está tu novia —dijo uno de ellos, luego de liberar al joven. Nunca olvidó aquel rostro de cráneo desnudo en el cuerpo muerto de quien tanto había amado.

El chico creció sin soltar jamás el dolor. Se convirtió en un adulto altamente entrenado y vivió toda su vida bajo una sola meta: la venganza. Habiéndose creado un personaje que dio vida a una leyenda urbana, vistiendo prendas negras, una peluca de largos cabellos también negros y una máscara de yeso blanca, se vengó de todos y cada uno de los participantes de la masacre de su novia. No los mató de forma limpia y rápida, sino que los torturó con una pasión que jamás hubieran creído de aquel hombre tan serio y formal. Encontró finalmente la paz en sus últimos instantes de vida, después de su última batalla contra un grupo de soldados que salieron a darle caza. Ninguno sobrevivió aquella vez, pero el hombre de blanco cabello y ojos grises se dejó vencer felizmente por la muerte, pues había vengado a su amada y esa noche iba a dormir sin soñar con la escena de su tortura. Sin embargo, el pantano donde el último encuentro ocurrió, no se convirtió en su tumba.

Quien no dejó de vivenciar una y otra vez aquel episodio de violación y tortura, desde los recuerdos tanto de vengador como de su amada, y junto a muchos otros eventos similares de millones de personas que se asociaron en el eco del universo y tomaron gran parte de la identidad de un espíritu de oscuridad; fue Ikb'Maiet. Por azares de la vida o por algo de voluntad, la imagen de este demonio tomó la figura de la leyenda urbana del vengador. Todos los días habría de realizar el forzado trabajo de sofocar la ira en su interior, que le despertaban estos recuerdos de vidas que no le pertenecían. Por este motivo era que el espíritu sin emociones estaba dotado de una conducta estoica impecable para apagar sus emociones. A veces, algún suceso despertaba nuevamente estas emociones y el verdadero demonio dentro de Ikb'Maiet mostraba su rostro de calavera, perdiendo completamente el control de sus acciones. Cuando los mensajeros del rey Tirnáh en el pantano desenvainaron sus espadas para obligarlo a ir hasta Betania, casi dejó salir al monstruo. Antes de acabar con la vida del último de ellos, lo tomó del cuello y lo miró con la sombra en sus ojos de abismo.

—¿Así que ustedes son la caballería del rey? —le dijo, mientras sentía que de a poco su rostro se iba tornando en la calavera que tanto se esforzaba en apaciguar.

Antes de ser invocado, el pequeño grupo de ideas que tomó forma y nombre se creó su propio escenario en el más allá. Era el recuerdo del pantano, donde revivía en la eternidad el enfrentamiento del hombre de cabello blanco y la caballería del rey. Era visitado con frecuencia por Kidema, quien había aprendido a trasladarse entre el mar de pensamientos sin perder su identidad. En varias ocasiones, se encontraron con la acumulación de pensamientos mortíferos, de tendencias a lo inorgánico y al suicidio, que tomó un rostro de serenidad. Tirnáh envidiaba la capacidad de Ikb'Maiet de apagar su propio sufrimiento, ignorando los sacrificios que debía pagar. Terminó entonces por fascinarse por el espíritu sin emociones y deseó que cesen algún día todas las penas de los demonios. Deseó también que los ángeles conozcan la desgracia que no les tocó vivir. Durante el principio de su mandato en Betania, antes de las conquistas que permitieron su expansión, capturó a un ser de luz y lo encadenó para que pudieran apedrearlo públicamente.

A la sombra del ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora