XX

6 1 0
                                    

Excepto los que habían sido destruidos, todos los carteles luminosos del Paraíso volvieron a funcionar luego de que cada ángel y cada demonio desapareciera. Los pobres experimentos que no pudieron ser advertidos de la misma forma que lo fue Maximiliano, cayeron del cielo al verse despojados de todo su poder, y murieron en el impacto. Morgan y Maximiliano se sintieron repentinamente débiles y cansados. Toda la energía espiritual que circulaba en su interior ya no existía. Sin embargo, la ciudad del Paraíso estaba a salvo.

La Orca de la Horda habría de cumplir su promesa de buscar a los espíritus que se habían convertido en sus amigos. Conocería más a fondo el pasado de Kidema, así como la historia entera de los espíritus. Él no lo sabía, pero le esperaban aventuras más increíbles que aquellas recientemente vividas. Pero antes debía aprovechar el lugar donde estaba. Solicitó a Maximiliano su ayuda en localizar a dos personas. El señor Stillman acudió a su demanda sin dudarlo y lo acompañó hasta el hospital de uno de los barrios del Paraíso. Antes de llegar allí, fueron detenidos por una persona que parecía conocerlos. Morgan no esperaba realmente ser reconocido por nadie en la ciudad flotante. A priori, no supo quién era aquel hombre. No podía creerlo cuando se dio cuenta, pues nunca antes lo había visto tan limpio, vistiendo ropas modernas y, por sobre todo, sin el tótem del lobo pintado en su rostro. Era Joel, quien alguna vez encarnó la identidad del Lobo de la Horda. Joel era la figura que lideraba la rebelión en el Paraíso, aquella que buscaba eliminar las actividades ilícitas de los experimentos de Francisco Andrew. Pero como mencionaba a los espíritus, antes de que cualquier habitante de las ciudades flotantes los conocieran, era tildado de enfermo mental. Joel admitió, además, que aunque no existían animales salvajes en el Paraíso, nunca se liberó de su miedo a ser devorado por lobos.

Morgan estaba muy ansioso por ubicar a las personas que buscaba, por lo que no se quedó a conversar demasiado. Se despidió de Joel y de Maximiliano antes de ingresar al hospital.

—Mucha suerte —le dijo Maximiliano.

Después de buscar por toda la ciudad, había encontrado Morgan el último paradero conocido de sus padres. En la recepción del hospital, le fue anoticiado que a su madre la habían encontrado ahorcada por sus propias sábanas. Se había dado muerte hacía algunos años, luego de no soportar más la angustia de haber perdido a su hijo. Aquello heló la sangre de Morgan.

—Se nota que fue mi madre —se dijo a sí mismo, acudiendo al humor del que tanto abusaba en sus momentos más penosos.

Por otro lado, su padre se encontraba vivo y en una de las salas del hospital. Sin embargo, su corazón estaba muy enfermo y luchando por su vida. Morgan fue inmediatamente a verlo. En la sala donde le habían indicado, sobre una camilla, yacía un adulto mayor cuya piel era tan oscura como el ébano. Morgan había limpiado de su rostro las pinturas totémicas de la Orca, que salieron fácilmente después de la activación del sello. Tardó varios segundos en finalmente ir al encuentro de aquel adulto mayor. Se aclaró la garganta algunas veces antes de poder pronunciar las siguientes palabras:

—Hola, papá.

El adulto mayor despertó y no pudo creer lo que sus ojos brillosos reflejaban. Su rostro se transformó, sus ojos liberaron lágrimas a cascadas e instintivamente extendió sus brazos hacia la persona a quien inmediatamente había reconocido como su hijo. Morgan acudió al abrazo, sus lágrimas llegaron a la frente de su padre, a quien no quería soltar. Luego de sollozar por eternos minutos, le dijo a su padre:

—Tenías razón, papá. Nos volvimos a ver.

El abrazo continuaba, pero la máquina que estaba conectada al pecho del padre comenzó a hacer ruido. Había sobrevivido a algunos preinfartos desde que su mujer se había suicidado. En consecuencia, su corazón se había debilitado. Estaba contraindicado que sintiera emociones intensas. De haberlo sabido, Morgan no hubiera asistido al encuentro.

Los ojos de la Orca de la Horda no dejaban de llorar mientras su propio padre moría lentamente en sus brazos. Lo despidió, le dio las gracias por haberlo criado y le pidió disculpas por haberse separado de él. Finalmente le volvió a agradecer, porque las últimas palabras, la última promesa que había escuchado de él, habían sido cumplidas. Y mientras el alma del padre abandonaba su cuerpo, Morgan reflexionaba sobre lo que vivió en los últimos meses. En los azares que caracterizaban a la vida, nunca se hubiese imaginado haber atravesado por tan increíbles situaciones. ¿Qué posibilidades había de que la ciudad flotante ocupara el lugar sobre las ruinas? ¿Quién hubiese dicho que una fuerza de otro mundo regresaría después de miles de años de estar sellada? ¿Qué hubiese sucedido si nunca llegaba a Leviatán, si nunca conociera a las personas que se convirtieron en sus amigos? ¿Y si se hubiera dado muerte en el pantano? Era casi imposible que los episodios que vivió sucedieran, sin embargo, así habían ocurrido, para que finalmente volviera a ver a su padre. Morgan entendió que ese era el verdadero significado detrás de los milagros. Desde entonces, todos esos años de miseria padecidos a la sombra del Paraíso, ya no habían sido en vano.

A la sombra del ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora