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En una era muy anterior a las ciudades flotantes, el ser humano dotaba de incondicional influencia sobre el mundo. De la palabra del hombre, la realidad se alteraba, y de sus ideas, entidades a su imagen se manifestaban. Los espíritus ancestrales poblaban los valles y océanos, las ciudades y páramos. Se les dirigía la mirada como a dioses creadores, mas la realidad era a la inversa. Uno de ellos, aquel quien hubo de llamarse en la posteridad como el primer ángel, logró separar en dos grupos las ideas de los hombres que en espíritus culminaron. Así nacieron los seres de luz y de oscuridad.

Mientras que los primeros gozaban de los recuerdos más placenteros, los otros se condenaron a una eternidad de miseria. Esta inequidad culminó en la primer guerra entre espíritus, de las cuales los humanos participaron activamente. Por la destrucción que esto causó, la energía que les dio origen fue sellada. La barrera entre las ideas y la realidad se rompería nuevamente cuando las tinieblas inundaran las ruinas del sello. Si la oscuridad se apoderaba o si el Sol se apagaba, el poder de los pensamientos tendría permitido su regreso, junto a los espíritus.

Luego de milenios, las manifestaciones de la mente se convirtieron en mitos y religiones. Lejos de renunciar a su soberanía, el ser humano siguió ejerciendo su poder sobre la naturaleza a través de la ciencia. Uno de sus últimos grandes inventos fueron las ciudades celestiales, las cuales separaron a la humanidad en quienes habitaban en ellas, de aquellos que fueron abandonados a la superficie. Al final, los espíritus lograron regresar antes de lo previsto, pues fue la sombra de una de estas ciudades la que rompió el sello.

A la sombra del ParaísoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora