Me encontraba agradecida con Thea, sencillamente ella era como mi ángel guardián. No tenía palabras —y mucho menos dinero— para agradecerle lo que hace y ha hecho para ayudarme a mí, a mi familia. Ella era para mí como una segunda madre.
Ciertamente después de que me diera aquella noticia no dejaba de pensar en qué podría hacer exactamente para cumplir con los requisitos, ¿cómo podría lograr que nadie me reconociera? Era una prueba algo difícil, pero no imposible, sabía y tenía fe de que encontraría una solución a eso. Yo tenía que encontrarla, porque eso era lo único que me faltaba para poder mejorar mi vida, mi economía.
—¡Me siento feliz por la noticia! —fui recibida con un gran abrazo lleno de euforia—. Aunque no voy a negar que para que lo lograras necesitaste haber pasado por eso, no me imagino lo que te hubiera pasado si Julian no hubiera llegado. ¿En qué estabas pensando, Marion?
—¿También te subirás al tren de los regaños, Marie? —le pregunté divertida, ella sonrió ligeramente—. Créeme que yo también me he repetido esa pregunta una y otra vez, pero la respuesta sigue siendo la misma: mi familia. No era lo que buscaba al ir a ese lugar, estaba muy lejos de imaginar que me pasaría eso, pero aún así llegué a ese lugar con el motivo de que mi familia necesitaba del dinero, nunca medí las consecuencias, pero aunque Julian no hubiera llegado, creo que soportaría todo por mi familia, porque si no lo hago yo, ¿quién más lo hará?
—Hay límites, Marion —respondió seria—. Pero olvidemos eso, ahora lo que importa y en lo que te tienes que enfocar es en encontrar una forma de cumplir con el requisito de Dorothea.
—Lo sé —respondí cansada—. Aún no encuentro una solución, pero sé que encontraré algo. Pero por el momento quiero pedirte un favor.
—Dime —la miré, sabía que no se negará a ayudarme.
—Fui a clases de ballet cuando era niña, eso ya lo sabes —ella afirmó con el rostro—. Eso me ayudó en mi flexibilidad y cuando tú me enseñaste a bailar no fue tan complicado.
—Sinceramente me sorprendió la facilidad y rapidez con la que aprendiste —en su rostro apareció una sonrisa.
—Sí... —miré el escenario por unos segundos—. Pero aún así, yo no lo práctico a diario, así que necesitaré tu ayuda. Quiero que me sigas enseñando, creo que podría tener tiempo suficiente para acostumbrarme y a la vez pensar en algo sobre ocultar mi verdadera identidad.
—Sabes que eso no será problema alguno, yo por mi parte te enseñaré gustosa —la sonrisa en su rostro se agrandó.
—Sabía que podía contar contigo —le respondí mientras la abrazaba.
( . . . )
—Tienes que centrar toda tu fuerza en las piernas, si no lo haces podrás sufrir un accidente y eso es lo que menos deseamos —escuché mientras me ayudaba a tomar la posición que me había indicado—. Después tendrás que impulsarte pero sin dejar de ejercer presión en tus piernas.
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Abaddon, el lugar de perdición
ChickLitTodo el sexo masculino que habita en Los Ángeles, California, ha escuchado de Abaddon, y más aún de aquella bailarina exótica que lleva a cualquier hombre a la perdición, mejor conocida como la Diosa Hestia. Una mujer de piel morena y cabellera negr...