Otro nuevo día había comenzado, y la Marion que había vuelto desde el día de ayer, había llegado para quedarse.
Después de aquél pequeño desayuno, las cosas parecieron transcurrir de forma normal, el joven Abdiel no volvió inclusive a pronunciar palabra alguna en todo el día, al menos que no fuera por pura cortesía. No negaré que esa actitud suya me tranquilizó un poco, pero sentía un ligero vacío dentro de mí, más no le quise dar importancia, no debería.
El día anterior había terminado bien, y quería creer que este día sería igual. Pero algo había pasado, en esta ocasión solo me fue a recoger Frank, el joven Abdiel por primera vez no había ido y eso me confundió por unos segundos.
—¿Y el joven Henderson, Frank? —pregunté mientras íbamos en camino.
—Me dijo que a partir de hoy solo yo te llevaría y recogería de tu casa, Marion —respondió mientras me miraba fugazmente por el retrovisor.
El vacío que sentía se intensificó por unos segundos, sin poder entender por qué razón. Sentí cierta decepción y me recriminé por ello, no debía sentir nada, él no era nadie más que un paciente más, solo eso.
Llegamos a la casa, más sin en cambio no se encontraba el joven Abdiel en ella, una de las encargadas de limpieza nos informó que el señor de la casa había salido a su empresa y que dejó dicho que no era necesaria mi ayuda, que él podía consumir su medicinas solo, que la única vez que lo vería dentro de los siguientes días sería en la hora de comida, y que después de ello recibiría su chequeo de mi parte, nada más.
—¿Sabes dónde es su empresa? —me dirigí a Frank, él asintió solamente—. Pues bien, quiero que me lleves ahora mismo ahí, el joven Henderson y yo tenemos que hablar.
—Pero Marion... —intentó detenerme, yo me giré a verlo con decisión.
—El joven Henderson no se puede burlar de mí de esta forma y no me quedaré con los brazos cruzados, Frank —dije con firmeza.
Abrí la puerta del auto e ingresé en él. Frank no tuvo más remedio que hacer lo mismo y llevarme a la famosa empresa de la familia Henderson.
( . . . )
—Entonces tráeme los papeles que dejó mi padre, necesito...
—¡Pero señorita! ¡Usted no puede entrar! ¡Por favor, detengase o tendré que llamar a seguridad! ¡Señorita!
—¡Nadie me va a sacar de aquí! —grité mientras abría aquel par de puertas que se encontraban frente a mí.
—¡¿Qué está pasando?! —exclamó aquél hombre que se encontraba sentado detrás de aquél escritorio.
Sin esperar, comencé a caminar con paso decidido hacia él, mis manos estaban cerradas fuertemente conteniendo todos mis sentimientos. Él miraba la escena con sorpresa, esta vez no hubo una sonrisa al verme, así como está vez tampoco sentía nervios en su presencia. Sus ojos azules me miraban fijamente, mucho más cuando mis manos estuvieron sobre su escritorio.
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Abaddon, el lugar de perdición
ChickLitTodo el sexo masculino que habita en Los Ángeles, California, ha escuchado de Abaddon, y más aún de aquella bailarina exótica que lleva a cualquier hombre a la perdición, mejor conocida como la Diosa Hestia. Una mujer de piel morena y cabellera negr...