Capítulo 10

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—¡Feliz cumpleaños! —escuché como varias veces decían aquello al unísono, una sonrisa de felicidad se formó en mi rostro

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—¡Feliz cumpleaños! —escuché como varias veces decían aquello al unísono, una sonrisa de felicidad se formó en mi rostro.

No tenía palabras para expresar lo que sentí al ver eso, mi madre, mis cuatro hermanos, Sherlyn y Dorothea se encontraban en aquella casa que era mi hogar. Había llegado de la larga noche que tuve en Abaddon, que ni siquiera yo misma me había acordado de mi cumpleaños.

—¡Oh, hija mía! —exclamó mi madre mientras se acercaba y me abrazaba felizmente—. No puedo creer cuánto has crecido, realmente el tiempo se pasa volando.

—Mamá... —susurré mientras veía cómo sus ojos se volvían vidriosos.

—Tienes una habilidad impresionante para hacer llorar a mamá, Marion —escuché a Daniel decir mientras se acercaba a nosotras, aún así me brindó un abrazo—. Feliz cumpleaños hermanita.

Me brindó una sonrisa tan grande, que no dudé en devolversela, a pesar de que yo fuera mayor que él, comenzó a decirme «hermanita». No tenía nada que reprocharle, de alguna manera ese pequeño gesto me gustaba, de alguna manera me hacía creer que tenía un hermano mayor que veía por mí. Pero, aunque él no fuera mayor a mí, sí que vela por mí, después de todo, soy su hermana, su familia.

—¡Marion! ¡Feliz cumpleaños! —los mellizos exclamaron juntos mientras quitaban a Daniel de enfrente y me abrazaban con euforia.

Sus rostros me demostraban la felicidad que sentían y eso me hacía sentir a mí mucho más feliz, no podía imaginar una familia mejor. Sin embargo, hasta ahí no terminaría la felicidad, porque aún faltaba el menor, así que me preparé mentalmente para ello.

—¡Marion! ¡La mejor hermana del mundo! ¡Mi hermana cumple hoy años! ¡Felicidades! —Gabriel se acercó corriendo y saltó para abrazarme, nunca supe de dónde sacaba tanta energía, porque ni con el pasar de los años dejaba toda esa emoción—. Mira hermana, este es tu regalo, mis hermanos y yo lo preparamos especialmente para ti.

—Oh, Dios —recibí aquella pequeña caja que llevaba, la abrí y pude observar que en su interior llevaba un pequeño dije de una bailarina de ballet.

Ver ese pequeño regalo por parte de ellos, me llenaba de una felicidad inmensa, era un dije de plata, no sabía qué costo pudo tener, pero estaba claro que no fue nada barato. Quería llorar de felicidad, pero lo único que hice fue abrazarlos como pude a los cuatro, me sentía tan feliz que mi corazón latía rápidamente.

—No sé que hice para merecerlos, pero me siento muy afortunada de que ustedes sean mis hermanos —me separé de ellos y los miré uno a uno.

—Creo que los afortunados somos nosotros de tenerte a ti como hermana, Marion —Daniel habló por los cuatro, los demás solo asintieron con el rostros tras escucharlo, sobre todo Gabriel.

—¿Por qué no dejamos que Marion pase a desayunar algo? —escuchamos a Dorothea decir—. La noche realmente fue pesada y estoy segura que tendrá hambre, no es por arruinar el hermoso momento, pero ella necesita comer algo.

Abaddon, el lugar de perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora