La semana había transcurrido tranquila. En el día me encontraba en urgencias ayudando en todo lo posible, y por las noches daba el espectáculo que había llevado a la gloria a la Diosa Hestia.
—El día parece muy tranquilo —susurré a una de las enfermeras que se encontraba conmigo—. Pero no creo que sea así por completo.
—No hay día tranquilo en urgencias, Marion —respondió ella—. Tarde o temprano llegará algo de gravedad.
—Sí, lo sé —afirmé con el rostro.
—Por cierto, ya son tus últimos días en esta área, el lunes el doctor Johnson regresa de sus vacaciones y podrás volver a consulta externa —miré a la chica.
Ella era una de las pocas enfermeras con las que pude socializar, su nombre era Emma. De piel clara y cabello azabache, era dos años mayor que yo. Le brindé una sonrisa.
—Ciertamente extraño estar en consulta externa, conozco a los pacientes y bueno —miré a mi alrededor dando referencia al lugar—, urgencias a veces suele ser muy fuerte, muy triste e impactante.
—Yo confieso que poco a poco le tomas cariño —se encogió de hombros mientras bajaba la vista a uno de los documentos que llevaba en la mano—. Así como también confieso que sí te extrañaré.
—Prometo darme un par de vueltas por aquí para visitarte, Emma —le sonreí alegremente—. No te librarás de mí tan fácilmente.
—Eso me agrada —sonrió feliz.
Pero obviamente la felicidad en la sala de urgencias no es nunca durarera, la tranquilidad siempre es interrumpida en el momento que menos imaginas.
De un momento a otro las puertas se abrieron de par en par dando paso a varios paramédicos con al menos tres camillas, una seguida de la otra. Me acerqué rápidamente a la tercera camilla.
—Accidente automovilístico —comenzó a decir uno de los paramédicos—. Hombre de 28 años de edad. Conductor del automóvil que recibió el golpe. Lesiones diversas en la cabeza y la columna, llevaba cinturón de seguridad, pero parece ser que falló y se golpeó con el volante. Sus signos vitales se encuentran estables. Se ha encontrado consciente desde que llegamos.
Miré al hombre, llevaba la mascarilla de oxígeno y nos veía simultáneamente a todos, tenía una gran mancha de sangre en la frente. La doctora a cargo lo dirigió a uno de los cubículos en donde me encargué de él.
—Marion, encargate de hacer exámenes para saber si el golpe fue fuerte, tenemos que asegurarnos que no tenga fracturas internas tanto de la columna como por parte de la cabeza —asentí con la mirada mientras me alejaba para cumplir con mi labor.
( . . . )
—Ya es hora de tu salida, ¿no es así? —dí un pequeño brinco por la sorpresa.
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Abaddon, el lugar de perdición
ChickLitTodo el sexo masculino que habita en Los Ángeles, California, ha escuchado de Abaddon, y más aún de aquella bailarina exótica que lleva a cualquier hombre a la perdición, mejor conocida como la Diosa Hestia. Una mujer de piel morena y cabellera negr...