—¡Buenos días, joven Henderson! —entró la jefa de enfermeras saludando. Yo entré detrás de ella sin decir una palabra.
—Buenas días —respondió con tranquilidad él. Al verme, su sonrisa se agrandó—. Buenos días, señorita Marion.
—Buenos días —respondí a secas.
—Me alegra saber que todo haya salido bien y que lo hayan dado de alta, joven Henderson —comenzó a decir la jefa de enfermeras tratando de ocultar mi sequedad—. Y con respecto a lo que me pidió el día de ayer...
—Supongo que tiene ya una respuesta —respondió él mientras dirigía su vista hacia mí—. ¿No es así?
—Bueno... —la jefa de enfermeras respondió con duda mientras se giró a verme.
La habitación se inundó en un completo silencio, los dos me miraban esperando una respuesta de mi parte, una que ya había decidido, pero que en ese momento me daba hasta miedo el decirla. Me recriminé a mí misma por ello, ¿dónde había quedado la Marion valiente que había forjado en estos nueve años?
—Yo he decidido... —comencé a decir, pero mi voz tembló, la mirada azul que tenía sobre mí no ayudaba mucho, así que desvíe la mirada y tomando aire pude pronunciar al fin mi decisión—. Yo, Marion Kane, estoy... Ayudaré al señor Henderson como su enfermera personal en las próximas dos semanas.
La jefa de enfermeras sonrió con alivio, más sin en cambio, el joven Henderson no sólo sonrió, si no que su rostro se iluminó, la felicidad por mi respuesta era notoria, y no entendía el por qué.
—A partir de hoy, la señorita Kane estará a su disposición por las próximas dos semanas, joven Henderson —miré a la jefa de enfermeras, lucía una gran sonrisa—. Por mi parte, creo que será todo, a partir de hoy usted será quien le de indicaciones, aunque también usted tendrá que atender lo que ella indique, es de las mejores enfermeras que tiene el hospital, estoy segura que con su ayuda, su recuperación será notoria y eficaz.
—No lo dudo —respondió él aun mirándome—. Por cierto, muchas gracias por atender mi petición. Todos los gastos los cubriré como acordamos.
—Gracias a usted, joven Henderson —dijo ella, y con un asentimiento de cabeza salió de la habitación.
Y de nueva cuenta me encontraba a solas con aquel hombre. El arrepentimiento llegó a mí al darme cuenta que esa no sería la última vez.
—Ayer no me dejaste decirte que te había elegido a ti como mi enfermera personal —comenzó a decir él, yo evitaba cualquier contacto visual—. Te lo iba a preguntar personalmente a ti, sin que nadie interviniera en ello, pero saliste corriendo por algún motivo que desconozco, así que me ví en la penosa necesidad de pedirle a la jefa de enfermeras esto.
—Tenía pacientes que atender, señor Henderson, usted... —fui interrumpida por él.
—Sí, yo no soy el unico que necesita de tus cuidados —hubo algo de diversión de su voz al saber mi respuesta de siempre—. Pero por las próximas semanas no vas a tener esa excusa, señorita Kane.
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Abaddon, el lugar de perdición
ChickLitTodo el sexo masculino que habita en Los Ángeles, California, ha escuchado de Abaddon, y más aún de aquella bailarina exótica que lleva a cualquier hombre a la perdición, mejor conocida como la Diosa Hestia. Una mujer de piel morena y cabellera negr...