—Buenos días, señorita Kane.
Escuché decir mientras me adentraba al automóvil, al verlo, pude percibir los ojos azules que siempre me recibían, sonreí por inercia.
—Buenos días, joven Henderson —respondí.
—¿Sabe que día es hoy? —preguntó sin quitarme la vista de encima, yo negué con el rostro—. Es viernes, viernes 16 de diciembre.
—¿Tiene algo de especial esta fecha? —lo miré sin poder entender a qué se debía aquello, él sonrió al escuchar mi pregunta.
—Bueno, parece ser que para los dos fueron dos semanas relativamente cortas —suspiró por un momento para después mirarme a los ojos—. Hoy técnicamente es nuestro último día como paciente-enfermera. Parece ser que se había olvidado de ello, señorita Kane.
Desvíe mi vista en aquel instante. La razón de ello, era porque sus palabras fueron ciertas; las dos semanas habían transcurrido con una rapidez que nunca imaginé; sí, al principio fueron un tanto difíciles, pero después de lo que había pasado en su oficina y de lo que hablamos, las cosas habían transcurrido con una tranquilidad que no creí llegara a pasar.
—A penas me estaba acostumbrando a este estilo de vida, sinceramente —respondí aún con la vista desviada—. No negaré que es mucho menos el cansancio.
—¿Entonces aceptarías trabajar un par de semanas más como mi enfermera particular? —la pregunta que hizo causó cierta sorpresa, me giré a verlo.
—¿Qué...? —dejé la pregunta al aire, estaba claro que aquella propuesta me había tomado desprevenida.
—Lo que escuchó, señorita Marion, ¿aceptaría ser por lo menos dos semanas más mi enfermera personal? —repitió con seguridad.
No dije nada por unos segundos, sólo lo miré, él esperaba una respuesta de mi parte. ¿En serio me estaba ofreciendo otras dos semanas más trabajar para él? ¿Con qué propósito lo estaba haciendo?
Una parte de mí sin duda alguna quería aceptar, porque no podía negar lo que le había dicho, esta rutina en la que trabajaba era mucho mejor, no había tanta presión y la paga era muy buena. Pero por el contrario, había una parte de mí que me negaba a aceptar aquello por el simple hecho de ser él, así como también quería volver al hospital, una parte de mí extrañaba ayudar a la gente que acudía.
Sí, mí convivencia con él había mejorado, separando solamente mi nerviosismo que trataba de ocultar, porque él aún lograba ponerme nerviosa, con una simple mirada, con una sola sonrisa, ¿por qué provocaba eso en mí? ¿Por qué no podía evitarlo, o simplemente ignorarlo?
—No.
Él me miró con sorpresa. La sonrisa en su rostro desapareció y por algún extraño motivo se puso nervioso.
—Pero... —lo interrumpí antes de que pudiera continuar.
—Sé que he hecho muy bien mi trabajo, joven Henderson —dije con seguridad mientras lo veía—. Sé que he cuidado muy bien de usted en estas dos semanas y estoy completamente segura de que mañana cuando la doctora realice su chequeo, verá que se encuentra en buenas condiciones y que no necesitará ya de una enfermera.
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Abaddon, el lugar de perdición
ChickLitTodo el sexo masculino que habita en Los Ángeles, California, ha escuchado de Abaddon, y más aún de aquella bailarina exótica que lleva a cualquier hombre a la perdición, mejor conocida como la Diosa Hestia. Una mujer de piel morena y cabellera negr...