Capítulo 34.

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En esos tiempos dónde el amor era lo que menos estaba de moda, en secreto Diego y Billy tuvieron una relación. Sabían que no era el momento de contarle a sus amigos, por la situación tan delicada por la cual ellos estaban pasando. Adriana había cumplido dos semanas en la clínica, su madre estaba muy preocupada y Stephen ni se diga. La chica había hecho heridas tan profundas que sanar le llevó muchísimo tiempo.

—Pero, ¿qué has hecho, hija mía?—le preguntaba su madre aquel día en el hospital cuando despertó.

Adriana rió débilmente.

—Ni siquiera yo misma sé que he hecho, madre. —sollozaba.

—Siempre hubo algo dentro de mí que me decía "algo no está bien," pero yo inútilmente te desprotegí. —se acercó y besó la frente de Adriana— Perdóname, hija.

—No te preocupes, mamá. —se limitó a decir.

Adriana estaba muy débil, sus labios estaban agrietados y sus ojos parecían no haber dormido en años.

—Quiero decir...y no es que me guste la idea... Stephen ha estado aquí desde que llegaste al hospital hace dos semanas. Él quiere verte. —ella negó con toda la seguridad del mundo.

—No, no, no, mamá. —comenzó a sentir una inquietud—No quiero verlo, no quiero que se me acerque. No quiero, no quiero. —su madre se acercó para tranquilizarla.

—Está bien mi amor, tranquila. —ella asintió y se calmó—Iré a decirle para que no pierda el tiempo en la sala de espera. —ella asintió.

Stephen al ver a la señora se puso de pie inmediatamente, pues pensó que habrían noticias buenas después de todo.

—¿Está bien? ¿Cómo está? ¿Despertó?—todas esas preguntas las hizo en menos de cinco segundos, se notaba impaciente e imperativo.

—Tranquilo, ¿sí?—él asintió con pena—Ella despertó y está bien, le dije que querías verla, no obstante, ella no quiere verte. —los ojos de Stephen se llenaron de lágrimas, su corazón se sintió destrozado en esa milésima de segundos.

Con tristeza la madre de Adriana puso en una línea sus labios, como en modo de que ella no podía hacer nada. Stephen comprendió, tomó su chaqueta y salió de la clínica.

La señora regresó al dormitorio de su hija y le comunicó lo que había pasado, ella suspiró con tranquilidad y dió gracias con la mirada.

—Ahora sí es momento de que me cuentes todo lo que pasó. Te veo muy bien para soltar la sopa, o mejor dicho, el gran caldo. —Adriana tomó una bocanada de aire y puso las manos en su boca.

—Las cosas dejaron de funcionar hace mucho tiempo, mamá. Muchísimas veces lo intentamos, pero él cada vez era más bestia y yo una y otra vez perdonaba sus continuos errores. Creí siempre que todo podía volver a la normalidad, y estar cerca de la muerte me hizo ver qué ni siquiera eso lo haría recapacitar. Tranquila, mamá, ya todo ha pasado. —la señora asintió sin estar muy convencida.

—¿Y la parte de las cortadas?—Adriana rodó los ojos.

—Estábamos discutiendo, ¿sí? Llegué a un momento dónde perdí el control de mí y corté mis venas.

—¿Nada más pasó?—Adriana negó—Recuerda que solo quiero ayudarte.

—La mejor forma de ayudarme ahora es apoyándome, mamá. —ella asintió.

Así pasaron media tarde hablando sobre la ex-relación. Pero al menos otra parejita en Detroit estaba disfrutando de las cosas buenas de la vida: Diego y Billy. La pareja más rara del mundo por las diferencias de carácter que estos dos poseían, aún así trataban de que las cosas funcionaran.

La Dictadura De Jooker. ©✔️LIBRO 1 [CA2020] [TERMINADA] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora