Mi Otra Primera Vez

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El verano de mil novecientos ochenta y pico fue especialmente caluroso, por suerte lo pasé en la costa con una amiga y su familia. Sus padres habían comprado una casa allá y me invitaron, más que nada para que "la nena" no les rompiera tanto las pelotas con que se aburría. Tenía catorce años y yo dieciséis, y me veían como un hijo más; éramos amigos desde muy chicos.
Las tardes en la playa, por las noches un rato al Centro -a los videojuegos- y después a dormir; nosotros en la cocina porque como suele ocurrir en esas ocasiones, siempre viene una tía, la novia del hijo, el amigo de la nena -que era yo- y se llena la casa de gente y de colchones. A nosotros nos tiraban uno de dos plazas en la cocina y ahí dormíamos.
Con Pao nos llevábamos muy bien, nunca una pelea ni nada, pero ya no éramos los nenes de años atrás. Aunque mis únicas experiencias sexuales habían sido con un hombre -el papá de mi amigo Ignacio, que había muerto hacía un mes nada más- no podía dejar de mirar las tetas de Paola, especialmente cuando íbamos a la playa y se ponía la bikini.
Una tarde estaba viéndola justamente, mientras tomaba sol con su hermana, pensando en cómo sería coger con una mina, y más específicamente con Pao. Pero no sabía si ella querría, ni cómo me veía. Yo era un pibe joven y tenía bastante facha -ahora puedo decirlo porque ya pasó mucho tiempo- y no era afeminado; más allá de mi bisexualidad nunca tuve plumas, como se suele decir en el ambiente. Pero Pao era mi amiga y no la quería cagar con ella. Mientras pensaba en todo eso mirándole las tetas en la playa, se me puso dura y empecé a pensar que tal vez no sería tan mala idea.
Esa noche -como todas- fuimos al Centro, pero yo estaba esperando el regreso a la casa y al colchón de la cocina. Ya ahí, le dije a Pao que no tenía sueño, y nos pusimos a hablar boludeces del futuro de cada uno, y lentamente pude llevar la conversación para donde quería, el sexo. Yo sabía que era virgen y ella creía que yo también, no sabía del papá de Ignacio. Preguntándonos cosas me contó que había besado a dos chicos de la escuela, y yo le conté que una chica de mi escuela me había chupado la pija; en realidad había sido el papá de Ignacio -sólo una vez- pero era lo mismo. Medio que se sorprendió y empezó a indagar más.
-¿A vos no te la chuparon nunca? -la interrumpí como para ponerla en desventaja.
-No... -fue la previsible respuesta- sólo besos de lengua.
-¿Y no te gustaría?
Ella se empezó a mover abajo de las sábanas.
-Y sí... -dijo, y se rió.
Me zambullí en la absoluta oscuridad y empecé a besarle las piernas, los muslos, mientras le acariciaba la pancita. Era una chica hermosa. Intuí que cerró los ojos porque se empezó a mover con más fuerza. Le bajé la bombacha -sin dejar de besarla- y le pasé la lengua por la concha. Sabía amargo, pero ella gimió y seguí chupando. En poco estaba totalmente abierta de piernas y yo sumergido entre sus labios. Con la chota durísima la fui trepando a besos hasta las tetas y después el cuello. Me bajé la malla y la fui acomodando. Éramos dos inconscientes, sin forro y con los padres ahí nomás, en la habitación. Tenía la cabeza apoyada entre sus labios -estaba mojadísima- y empecé a empujar lentamente. Creo haber escuchado un "no" tibio que se perdió entre las sábanas mientras me clavaba las uñas en la espalda. Cuando entré pegó un grito que ahogué con mi mano.
-Shhh... vas a despertar a tus viejos -le susurré.
Me quedé quieto un rato -con la cabeza adentro- chupándole las tetas. Cuando creí que estaba lista de nuevo se la metí despacio hasta el fondo y me empecé a mover. Ella se retorcía y respiraba fuerte, pero sin gritar, y yo estaba agarrotado como nunca. Luego de unos minutos de entrar y salir de su cuerpo sentí que iba a acabar. Tuve un rapto de lucidez, se la saqué y rápidamente la puse en su boca, sujetándole la nuca para que no se alejara.
-Tragate todo -alcancé a decirle y le solté la leche en tres o cuatro bombazos.
Obediente, Pao se tragó todo y yo me recosté al lado suyo.
-Ahora ya te la chuparon -le dije y ella se rió, agitada. Más tarde tuvimos que dar vuelta el colchón porque se había mojado tanto que le era incómodo dormir así.
El resto de las noches se volvió una costumbre, y como no nos animábamos a comprar forros siempre le acababa en la boca o, con el paso de los días, en el culo.

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