No me gusta ir al médico, creo que a nadie le gusta ir al médico y menos aún al dentista; hay un sadismo escondido en estos últimos, pero eso no importa ahora. La cuestión es que esa tarde tenía que hacerme un chequeo general y, como andaba con algunos problemas digestivos, me tomé el día en el Instituto y fui para la obra social, así al menos compensaba el malestar del chequeo con el faltazo al trabajo.
En la sala de espera miraba la cara de los otros condenados, pasaba la vista por cada objeto; las revistas, la tele sin volumen con el noticiero, un florero horrible, cuando dijeron mi apellido. Me acerqué al consultorio seis como había indicado la voz en el parlante. El médico era bastante más grande que yo (eran mis primeros años como profesor, para situarlos temporalmente), tal vez de unos cincuenta, pero muy bien parecido. Empezó con las preguntas de rigor, luego me pidió que me subiera un poco la remera; era verano y estaba muy liviano de ropa. Me pidió que tosiera mientras me auscultaba con el estetoscopio, mientras -sin que él se diera cuenta- yo le miraba el bulto entre las piernas, ciertamente notable a través de la tela esa finita que usan también para el delantal, que llevaba abierto. Luego me apretó un poco con unas manos muy suaves pero firmes, hasta que me hizo cosquillas y se rió de mi reacción. Continuó y cerré los ojos, ya me lo estaba imaginando como un masaje previo a una buena cogida, y de tanto en tanto le echaba una mirada a la entrepierna, muy cerca de mi mano apoyada en el borde de la camilla, apenas rozándola. Me pidió que me acostara boca arriba y me palpó el estómago; mi mano otra vez agarrando el borde -a propósito- y su verga cada vez más cerca, hasta que la apoyó mientras me pedía que respirara hondo. ¿Se estaría dando cuenta de todo lo que estaba pasando aun sin pasar nada?
Yo creo que sí, porque después me pidió que me diera vuelta mientras me preguntaba por mis dolencias, y su chota seguía apoyando mi mano, aunque tal vez pensaba que sólo era el borde de la camilla.
-Estuve unos días con un malestar -le dije -como con el estómago revuelto.
-¿Vómitos? ¿Diarrea? -preguntó.
Ah... qué agradable -pensé yo-.
-Vómitos no -contesté-. Como una sensación de acidez, y diarrea hasta hace un par de días -agregué no sin un poco de pudor.
-Puede haber sido una gastroenteritis -dijo-. Tenés el estómago algo distendido. ¿Hace mucho que no te hacés un examen?
-Y... un par de años ya -dije-. Antes de cumplir los treinta.
Me pidió que me bajara los pantalones. Ahí estaba yo, echado al lado de un hombre guapísimo, en culo, y no podía ni chupársela... Me abrió los cachetes y miró con una linterna.
-Tenés un poco irritado -dijo.
-¿Y eso es malo? -pregunté.
-No... es normal si estuviste con evacuaciones líquidas.
Bueno, eso ya sonaba mucho mejor, no era lo mismo que decir diarrea; diarrea refería mucho a mierda blanda, a ganas de no coger.
-¿Te hicieron un tacto alguna vez? -preguntó.
-Uf... -pensé- ya perdí la cuenta. Pero me puse serio y respondí:
-No, nunca.
-Vamos a revisar por precaución, no te preocupes que seguro no es nada -me dijo.
Se colocó los guantes mientras me pidió que me pusiera en cuatro, aunque usó otras palabras. Se envaselinó un dedo y lo metió tranquilo.
-¿Duele? -preguntó.
-No -dije riéndome para mis adentros.
Mientras giraba el dedo y doblaba un poco la punta, se me puso la pija dura, y apoyé la cara contra la camilla, ya no me importaba nada. Metió otro dedo y se mandó más adentro todavía.
-¿Duele? -preguntó otra vez
No papi, meteme todo lo que quieras... pero me limité a decir:
-No.
El iba metiendo y sacando sus dedos (eso ya no era un tacto rectal) y yo aceleraba la respiración.
-¿Te gusta? -preguntó.
-Sí... -respondí casi en un gemido, estaba muy caliente.
-Quedate un momento así -me dijo, y fue hasta la puerta a trabar el pestillo. Cuando volvió metió de nuevo sus dedos en mi culo pero esta vez sin los guantes. Mientras yo, con la cara apoyada en la camilla, me agarré la pija y empecé a hacerme una paja. El médico me lubricó bien y después me llevó al borde, haciéndome bajar las piernas hasta que tocaron el suelo, me las separó y me mandó la pija de una, hasta el fondo.
-¿Ahora te duele?
-Sí... pero quiero más -le dije en el tono más putito que encontré.
Así me siguió culeando, yo acabé en seguida pero él estuvo un rato dándome sin hacer mucho ruido; las paredes de esos consultorios son finitas y tuvimos mucho cuidado de no levantar sospechas. Después de un buen rato me clavó duro y la dejó toda adentro, pasados unos segundos me bombeó otro poco y al final la sacó. Apreté el culo para que no se saliera la leche y me subí el calzoncillo y el pantalón. Cuando lo miré él también estaba vestido -en realidad lo estuvo todo el tiempo- y visiblemente agitado.
-Está todo bien -me dijo-, podés ir nomás.
-¿Lo del tacto era en serio? -le pregunté algo preocupado.
-No... quedate tranquilo pibe -dijo-. Es que después de apoyártela toda la consulta me quería descargar, no te preocupes que estás de diez, pero podés volver cuando quieras- agregó mientras se abrochaba el delantal.
A partir de entonces cambió un poco mi visión de los exámenes de rutina; cada vez que necesitaba un poco de sexo rápido sacaba un turno con él en la obra social. Me habrá cogido más de diez veces -en menos de un año- en ese consultorio, y hasta tenía la delicadeza de devolverme el costo ínfimo del bono, para que "no me pusiera en gastos"; la chica de la recepción habrá pensado que tenía algo grave.
Posteriormente, cuando dejé de verlo, siempre que tenía cita médica fantaseaba con que otra vez me cogieran como él, aquella tarde.
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Historias Prohibidas
Non-FictionLa mañana nos encontró abrazados en la cama, con el sol empezando a colarse por la ventana y esa sensación de estar en el lugar correcto con la persona indicada, sólo me preocupaba que no fuera recíproco. Alejé los malos pensamientos y fui a la coci...