Cuando me mudé a la pensión éramos todos hombres, pensé que así lo habían decidido los dueños para evitar problemas. También me dije que no me iba a coger a nadie de ahí para, justamente, evitar problemas, aunque después... bueno, ya saben. Pero no, resultó que ya me habían garchado dos de los chicos de la casa y que ya habían vivido algunas minas ahí, y eventualmente podía volver a haber más.
Ya llevaba un año viviendo allá, Samuel pasaba rigurosamente a cobrar cada principio de mes, y luego venía dos o tres veces más, con alguna excusa, y Ale y Guillermo entraban en mi habitación, juntos o separados, con bastante frecuencia en la semana. Cuando se liberó una pieza -la más grande- se mudaron dos chicas cordobesas. María Soledad y María José, rondaban los treinta. Al poco de conocerlas noté que eran pareja, y también que eran muy divertidas. Solíamos compartir unas birras y fumar yerba los viernes o los sábados a la noche, y después cada uno hacía la suya. Enseguida también se dieron cuenta de que me gustaban los hombres, y tal vez por eso supieron que no iba ser una molestia.
Una de esas noches de birra y faso me confesaron que de vez en cuando se comían alguna pija. Estábamos en su pieza, tirados en la alfombra, y yo les confesé que también, de vez en cuando, me comía alguna concha. Quizá fue por la yerba que nos tentamos los tres, después María (José) se me acercó gateando y haciéndose la femme fatale, creo que más para calentarla a María (Soledad) que a mí me besó el cuello. Les dije que me gustaría verlas juntas, y la idea les gustó. Jose cerró con llave y me acomodó un sillón al lado de la cama.
-Sentate porteño -me dijo. Yo había nacido en Temperley, pero no me iba a poner a explicarle en ese momento, más que nada porque Soledad ya estaba en bombacha echada en la alfombra y se metía una mano entre las piernas.
Nunca había participado de un trío con mujeres, aunque ciertamente yo había dicho "mirar", así que me iba a limitar a eso.
Jose trajo unos juguetitos y se acostó en la alfombra, Soledad le chupaba las tetas mientras ella le bajaba la bombacha y le frotaba el clítoris; la concha rosa y pelada dejaba ver hasta el último pliegue. Me acomodé en mi sillón agarrándome la chota. Sole, boca arriba y con las piernas abiertas y levantadas, tenía un dildo enorme clavado en el culo, y Jose le comía la rana en cuatro patas, con las nalgas para arriba. Me olvidé del "sólo mirar" y la agarré por detrás. Le apoyé la chota en el culo y sin dejar de chupar, me señaló la mesita de luz, vi unos forros que tenía ahí. Me puse uno escuchando a Soledad gemir como una cerda y la metí en la concha mojada de Jose; el juguete que quedaba se lo mandé por atrás. Siempre les había envidiado eso a las minas, que tuvieran dos agujeros además de la boca. En un rato nomás acabó, yo me salí y ella me tironeó hacia Soledad, la dio vuelta y me dijo:
-Rompele el culo a esta puta.
Se la di duro por atrás un rato -el faso siempre me hizo tardar mucho en acabar- mientras ella gritaba bajito. Jose le tapó la boca hasta que acabó. Yo estaba a punto así que la saqué, me quité el forro y la puse en la boca de Sole, que se la tragó toda, luego las dos me la lamieron hasta dejarla limpita. Ni me tuve que bañar antes de ir a dormir. Después nos tiramos los tres en la alfombra y Jose prendió otro faso. Nos quedamos ahí fumando y jadeando. Las cordobesas sabían divertirse.
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Historias Prohibidas
No FicciónLa mañana nos encontró abrazados en la cama, con el sol empezando a colarse por la ventana y esa sensación de estar en el lugar correcto con la persona indicada, sólo me preocupaba que no fuera recíproco. Alejé los malos pensamientos y fui a la coci...