Kenjo

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Después de la masacre en la pensión senegalesa no volví a ver a Taleh. Me había quedado algo molesto más allá de que en el fondo la había pasado bien. Lo que me enojó fue que me tendiera como una trampa, tal vez si lo hablábamos hubiera accedido y lo habríamos hecho bien, más ordenado. Esa noche yo había ido a estar con él, no con siete u ocho desconocidos que además me la dieron todos sin forro llenándome el culo de leche, con el peligro que eso representaba. Era la segunda vez que pasaba sobre mí: la primera -en la galería- me cogió sin mi consentimiento, y la segunda me enfiestó sin mi permiso. No lo quería volver a ver aunque las dos veces la había pasado bárbaro.
Semanas después, acomodando un poco la pieza, saqué la mochila del placard y cayó de ella un papel, lo levanté y me acordé; era el teléfono de Kenjo que me lo había dado aquella mañana antes de irme... ¡Qué atrevido! ¿Encima me dio el número para que... lo llame y hagamos otra fiesta? Tampoco me iba a regalar tanto, hice un bollito y lo tiré en el tacho que tenía en la pieza.
A la semana siguiente estaba en la pensión esperando a Samuel, era mi martes de franco y andaba con hambre. Para mi decepción vino con su mujer -luego me explicaría que no había podido zafar- así que se mandó un toque en la pieza (mientras ella bajó a hacer unas compras para la casa) y le hice un pete rápido; esta vez yo hubiera querido que pasara algo más, pero sólo me tragué su leche de nuevo, después le pagué y me quedé con las ganas. La mujer no tenía ni idea, es más, creo que me miraba con ganas, pero esa tarde me arruinó los planes. Justo en mi franco y recién eran las siete, no quería desperdiciar el día. Volví para la pieza y me acosté mirando el techo, y allí fue cuando entendí que mi orgullo no era tan grande como mi calentura. Fui hasta el tacho y rescaté el número de Kenjo. Vacilé unos minutos, pero finalmente le escribí.
-Hi Kenjo, how are you? I'm Carlos.
Kenjo hablaba bastante bien en español pero sólo escribía y leía en inglés.
-Taleh's friend -agregué enseguida por las dudas.
Casi de inmediato vi como los iconitos se ponían celestes.
-Hi Carlo... well! and you? -respondió.
-Boring -escribí, no quería perder más tiempo.
El único problema era que no pensaba ir a la pensión, por lo menos no por un tiempo.
-Me too... haha -respondió atinado-. Do you want to meet us?
¡Perfecto! Kenjo estaba entendiendo todo.
-Yes... where? -le pregunté.
-I didn't work today, I'm home.
Indirectamente sugirió justo lo que no quería. Ni aunque me dijera que estaba solo, no iba a caer otra vez.
-I didn't work either, after a while I get home. Do you want to come with a couple of beers? -le propuse.
Así resolvía varios problemas juntos: no iba a su pensión, no lo tenía que ver -ni dejar que me cogiera- a Taleh y me daba algo de tiempo para que se fueran Samuel y su mujer y para prepararme un poco.
-Don't you want to come? here's beer, hehe -insistió.
-No... that pension is dangerous. Bring the beers here we are both alone -me planté, si quería cogerme que pusiera un poco de su parte.
-Ok give it... give me the address.
¡Excelente! Había salido todo bien. Terminamos de acordar y un par de horas después estaba abajo tocando el timbre.
-Ahí bajo -le dije por el portero.
Ya para esa hora -siendo un día de semana- los chicos estaban en sus piezas, sólo Guillermo andaba todavía en la cocina, pero nosotros fuimos derecho a mi habitación. Kenjo no trajo cerveza pero cayó con un papelito:
-¿Tomás? -me preguntó.
-Sólo los martes -le dije y nos reímos.
Se puso a peinar en un libro de Cortázar que tenía en la mesa de luz y después nos metimos un saque cada uno. ¡Qué buena que estaba! Enseguida me durmió la cara entera y me le tiré encima. Se la chupé un buen rato y -al igual que Samuel unas horas antes- me dio de tomar su leche. Nos quedamos un rato acostados. Cuando se recuperó empezó a quitarme la ropa y me puso en cuatro.
-No te muevas -me dijo y me tiró un poco de merca en el agujero del culo, después empezó a lamer.
¡Qué rico...! se sentía como un hormigueo. Acabé, manchando el acolchado y enseguida me empezó a coger. A pesar de esa chota enorme sólo sentía unas suaves caricias, como si se me inflara el orto con aire tibio, y eso que me estaba dando durísimo. Ahí supe qué turno había ocupado él la noche de la fiesta; cogía con furia. Me acabó después de un buen rato y otra vez nos acostamos.
Coincidimos en que teníamos hambre y bajamos a comer pizza, unas cervezas también y de vuelta a la habitación con su verga hasta la garganta; ahora, y además en cucharita, sentía ese trozo de carne entrando y saliendo con fuerza como nunca antes. Fue un polvo larguísimo. Cuando acabó me siguió sosteniendo de la panza y así nos dormimos, llenos, satisfechos, y yo con su pija adentro.

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