El Despertar

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Después de los arreglos pertinentes y de la burocracia que ameritan esos casos, me instalé en el departamento de Flores. La amiga de Bernarda me ofreció un contrato conveniente y además me quedaba a un subte del Instituto, estando ahí en frente de la plaza.
Hablé del Instituto un par de veces pero sin dar muchos detalles; era profesor de literatura en un terciario, las horas que ahí me daban hacían un sueldo casi decente y los alumnos eran bastante soportables.
Por fin estaba solo, tranquilo, lejos de la casa -y sus habitantes- de los policías del Centro y de las pensiones senegalesas. Con el único que seguí hablando fue con Sidy, que era el más manejable de todos. Lamenté haber tenido que sacrificar a Kenjo por Taleh, pero es que eran como un combo y con el segundo no quería saber más nada ya. Samuel me escribió un par de veces, al igual que los chicos y las Marías, pero ignoré a todos apegado al plan. Había hecho muchas estupideces y sabía que debía esperar unas semanas para hacerme las pruebas de HIV y otras enfermedades de transmisión sexual; me había expuesto de manera constante y la posibilidad era alta.
Tratando de no pensar en eso continué con mi vida; en la semana Sidy venía generalmente o cada dos. Ahora cogíamos con forro y nada de camionetas ni hoteles, total tenía el departamento, y le había aclarado desde la primera noche que no se podía quedar a dormir. Aceptó las condiciones y me hacía el novio, salimos un par de veces a comer y al cine. Mantuve mi cabeza ocupada hasta que llegó el día fatal. Sidy me acompañó a la clínica y me hice todos los exámenes, a la semana siguiente debía ir a buscar los resultados. Fueron los días más largos de mi vida, por suerte Narda estuvo conmigo acompañándome la semana entera. Cuando fuimos a buscar los resultados sentía la presión baja, pensaba que seguramente mi castigo por ser tan puto iba a ser la enfermedad, me aferraba a la vida -que tantas veces había despreciado- ahora que intuía lo peor. Al abrir el sobre y leer las palabras NO REACTIVO me puse a llorar; fue como volver a nacer. La había cagado tanto y sin embargo tenía otra oportunidad. Narda me abrazó y después me pegó unos golpes en el pecho.
-¡Boludo! -repetía una y otra vez entre risas y llanto. Esa noche no fue a trabajar y cenamos en un restaurante de lujo, a modo de celebración. Después nos despedimos y llamé a Sidy para contarle; vino para casa y me pegó una garchada fenomenal, con forro por supuesto. Sí me tragué su leche porque siempre tuve la boca sana y a él le encantaba, además se había estado portando bien y se lo merecía. Al otro día fui al Instituto con más ganas que nunca, di unas clases magistrales. Volviendo para casa exudaba felicidad. Antes de bajar por la boca del subte un auto se me acercó y el conductor me dijo:
-¡Muchacho! ¿en dónde se había metido usté?
Era el patrullero y los dos mismos policías de la primera vez, en la autopista. Era lo único que no podía manejar y lo último que necesitaba; estaba saliendo del infierno -que siempre sabe tan rico- y justo me encuentran estos dos. Me puse firme -no podía ceder- y les dije:
-Tenemos que hablar.
Suba muchacho -dijo el milico-, si estamos entre amigos.
Respiré hondo, me armé de coraje y subí al patrullero, por tercera vez.

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