El Instituto

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Como dije, daba clases en el Instituto a futuros profesores como yo; aunque en mi caso había estudiado letras con otras intenciones, había acabado como profesor, al igual que la mayoría. También había dejado atrás las ambiciones de escritor y toda esa liturgia de la bohemia, o acaso era eso lo único que preservaba, como el alcohólico que se siente cercano a Poe por compartir la misma enfermedad, más allá de que no haya escrito una línea en su vida.
Una línea era precisamente lo que necesitaba ese tarde; la noche anterior había estado movida y la recorrida de bares con Bernarda -que ahora ya estaría rumbo a Salta a visitar a su familia- me había dejado algo maltrecho, y encima estaba cubriendo un turno de la tarde que había cambiado con un compañero antes de saber que la noche anterior iba a dármela en la pera. De modo que la clase fue muy liviana -con café, energizante y una Coca Cola- como para cumplir con lo justo. Al terminar, uno de los alumnos se me acercó a hablarme de un trabajo que les había pedido días atrás. Era un bomboncito; veinte años, muy afeminado, morocho, flaquito y con un culo hermoso. Yo prestaba atención -como podía- mientras guardaba las cosas en la mochila, y luego fuimos caminando al tiempo que me iba planteado sus dudas. Necesitaba comer algo, así que al salir le dije si quería tomar un café en el bar que estaba en frente y que tantas veces me había cobijado.
-Un latte y un tostado -le dije al mozo casi desde la puerta. Luego, dirigiéndome a Nicolás:
-¿Vos qué vas a querer?
Ordenó un café con leche y nos sentamos. Después de hablar del trabajo práctico seguimos con otras cosas y me contó que escribía -qué original pensé- y que andaba con una novela y qué sería un honor para él si yo accedía a leer unos capítulos, como para darle una opinión. Debo decir que jamás me había involucrado con ningún alumno en casi diez años de docencia, era como una barrera que no estaba dispuesto a romper. Pero esa tarde tenía la mente nublada por los vapores del alcohol y además ese pibe estaba tan bueno que terminé diciéndole que si quería podía pasarme una copia por mail; eso para mí ya era involucrarse.
-Es que escribo un un cuaderno -me dijo.
Pensé que me estaba cargando pero me contó que no, que sólo "se inspiraba" por momentos y que llevaba siempre consigo un anotador y así iba completando sus capítulos.
-Bueno, cuando quieras podés alcanzarme un par al instituto -le dije.
-Tengo algunos acá -insistió el nene- pero este quizá no sea el mejor lugar.
¿Qué estaba buscando? Todo ese cuento de los manuscritos ya me sonaba raro, y cuando dijo "quizá este no sea el mejor lugar" caí en cuenta de que Nicolás andaba atrás de otra cosa.
-¿Y cuál te parece que sería un buen lugar? -le pregunté.
-No sé... yo vivo un poco lejos, en provincia. Si usted tiene algo de tiempo pensé que tal vez en su casa.
Los jóvenes estaban cada vez más descarados; yo jamás me habría atrevido a proponerle algo así a un profesor en mis tiempos de estudiante. Y no es que no me quisiera coger a más de uno -de hecho me cogí a más de uno pero siempre tomaron ellos la iniciativa- pero así tan directo nunca me había animado. Inmediatamente después de pensar eso me di cuenta de que estaba razonando como un viejo.
-¿En mi casa? -pregunté exagerando mi estupor.
-Si usted puede, claro -el pibe me quería coger pero no me tuteaba-. Como alguna vez dijo que vivía acá cerca...
¿Yo había dicho eso? qué innecesario...
Fuimos para casa a leer su novela. Allí me mostró algunas párrafos inconexos que no estaban mal redactados, pero seguían muy lejos de ser una novela. De todos modos habíamos ido a otra cosa y la lectura obligada no era más que un modo de mantener las formas. Después hice alguna reflexión vaga sobre su trabajo y le ofrecí una cerveza; ya me estaba sintiendo mejor y un poco de alcohol liviano me ayudaría a terminar de bajar a tierra. Entonces hablamos de otras cosas y con la cerveza nos soltamos un poco, me contó que había terminado con su novio de cinco años, y yo puse música y le dije que mi novia estaba de viaje; me gustaba pensar en Bernarda de esa manera, aunque ella me había advertido que no me enamorara. Nicolás se movía en la silla mientras hablábamos como si ya estuviera cogiendo, y un par de veces me agarró apenas las manos. Yo estaba dilatando el momento porque era divertido saber lo que iba a pasar inevitablemente. Cuando volvió del baño me encontró sentado en el sillón y enseguida se acomodó al lado mío. Sin mediar palabra simplemente puse mi mano en su nuca y le llevé la cabeza a mi entrepierna. Rápido, Nicolás metió mano y en breve me la estaba chupando con mucha delicadeza. Pensé que tal vez era cierto que sólo había cogido con un chico en toda su vida así que quise darle unas lecciones. Lo puse en cuatro en la alfombra, y luego de bajarle el pantalón -tenía una tanga que corrí hacia un costado- le chupé el culo pensando en Bernarda. Después me puse un forro y escupiéndole bien el agujero le apoyé la cabeza, Nicolás gemía y se agarraba el pelo; yo conocía bien esa sensación de ansiedad cuando la pija está ahí tan cerca pero no entra, así que se la dejé así un rato, amagando con empujar y luego -cuando ya se había abierto como una flor- retirándome levemente al tiempo que le abría los cachetes con las manos. Finalmente no aguanté más y se la metí de una hasta el fondo; Nicolás se tiró para adelante y yo me lancé sobre él quedando acostado encima suyo y metido hasta la empuñadura, ahí me quedé unos segundos. Después empecé a bombear bien duro sacándola casi por completo y entrando hasta el fondo en cada embestida, sus gemidos llenaron todo departamento; estaba sufriendo pero también estaba gozando tal vez como nunca antes. Así me lo cogí un buen rato -pensando en jugadas de fútbol para aguantar lo más posible- hasta que ya no pude más, entonces la saqué, me retiré el forro y se la puse en la boca, en segundos se estaba tomando toda la leche.
Después se vistió -le dije que al otro día tenía que levantarme muy temprano- y lo acompañé hasta abajo. Yo volví al departamento y él se fue a esperar ese colectivo que lo devolvería a provincia, a su rutina y a sus borradores, ahora que tenía más material para su novela.

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