Ignacio

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Después de la muerte de Leonardo y al regresar de mis vacaciones con Paola -con quien mantuvimos esa nueva forma de relación que empezamos en la costa- comencé a visitar a Ignacio con más frecuencia; como si de alguna extraña manera sintiera la obligación. No obstante esa idea -ridícula por cierto- disfrutaba el tiempo que pasábamos juntos. Andábamos en bicicleta para todos lados; nuestros amigos solían juntarse -no sé si los chicos siguen haciendo lo mismo- en los locales de comida rápida a tomar un helado o una gaseosa, luego -los más "osados"- íbamos a un quiosco por una que otra cerveza, y así pasábamos nuestros días. Recuerdo que la muerte de su papá nos afectó a todos -a mí mucho más aunque nadie lo sabía- por lo bien que nos llevábamos con Leo; era un padre distinto a los del resto (ahora que lo pienso como adulto también era un pedófilo) de nosotros que teníamos padres mayores, de otra generación. Como decía nos entristeció mucho su muerte pero por distintas razones nosotros dos nos acercamos mucho más. Luego de esas tardes solíamos ir a su casa y jugar videojuegos. Yo me paseaba por los distintos lugares y pensaba: acá cogimos, acá no... y así. El quincho era un lugar que recordaba particularmente. Su mamá solía andar por la casa con un aire triste y cansado, tal vez estaba pensando lo mismo que yo, me preguntaba si Leo también se la habría enfiestado con dos amigos en el quincho. Era una mujer hermosa pero ahora parecía como derrotada.
Una de esas tardes de helados y cerveza, con Nacho nos tomamos unas cuantas demás y la tarde se convirtió en noche y fuimos para su casa porque en la mía mis viejos me mataban si me veían así; no es que no pudiéramos mantenernos en pie, pero estábamos claramente muy alegres, en cambio Cecilia -su mamá- ni lo notó. Se había largado a llover además y entramos casi corriendo, dejando nuestras bicicletas tiradas en el garaje, y subiendo a la habitación de Ignacio sin la remera ya, buscando unas toallas. Luego de secarnos un poco pusimos la tele y bajamos sigilosamente hacia la heladera; había unos packs de cerveza que llevamos a la pieza y fuimos tomando mientras mirábamos una película argentina de una cárcel de mujeres, tirados en la cama, con nuestros torsos desnudos. Así, entre que nos íbamos embriagando cada vez más, y la película que mostraba a muchas minas en tetas, en un rato estábamos los dos al palo. Nacho se la agarraba disimuladamente a través del pantalón. En ese momento ocurrió algo significativo. Como mencioné en alguna ocasión, mis amigos no me excitaban, eran como muy inmaduros y de amigos estaban bien, pero no me imaginaba teniendo sexo con ellos, incluso con Ignacio. Ahora, viéndolo ahí en esa cama -en la que Leo me había cogido- tocándose la verga me despertó curiosidad: ¿sería igual que el padre? ¿la tendría más grande o más chica? Instantáneamente Nacho pasó de ser un chico inmaduro a una pija dura y a tiro. Al revés que con el papá, que manejó la situación desde la primera vez, ahora era yo quien debía llevar los hilos; Ignacio no iba a tomar la iniciativa más que nada porque no tenía idea de que yo... En fin, bajé por más cerveza -cuanto más ebrios mejor pensé- y cuando volví apagué la luz. Me tiré en la cama como si no me diera cuenta de que mis hombros estaban a la altura de sus caderas, tocándose.
-Tomá -le dije, y le pasé una de esas latas de medio litro.
Al estirar el brazo giré mi cabeza y le vi el bulto bien de cerca, luego de que agarrara la birra rocé levemente su chota con mi codo. Noté una reacción favorable, Nacho era virgen y con la calentura (y el alcohol) que tenía en ese momento se habría cogido cualquier cosa que estuviera tibia. Seguimos bebiendo y mirando la película; por el rabillo del ojo yo veía -con la poca luz que había- cómo se la amasaba y por momentos, haciéndome como que me dormía, apoyaba la mejilla contra su costado, quedando a centímetros nomás de la gloria. Desde ahí mismo puse mi mano en su entrepierna -con los ojos cerrados- y empecé a amasarla yo. Mi mayor preocupación era que se asustara así que mantuve mis ojos apretados como si soñando le estuviera haciendo una paja. En donde vi que echaba la cabeza para atrás entregándose al placer me desaté y puse en práctica todo lo que el papá me había enseñado. Se la saqué despacio del pantalón y al tacto nomás supe que calzaba más o menos como Leo, le empecé a tirar el cuerito mientras le chupaba el tronco y enseguida me di cuenta de que iba a acabar -demasiado rápido- así que me detuve y sólo le acaricié por unos segundos la panza. Después me fui acomodando hasta dejar el culo al alcance de sus manos, y me empezó a apretar los cachetes. Me tiré para adelante quedando acostado boca abajo y él se subió arriba mío, me escupí la mano y me la pasé por el agujero, luego le agarré la pija y la ubiqué en su lugar, moviendo un poco el culo hacia arriba para que se diera cuenta de que tenía que empujar. Eso hizo y en breve estuvo dentro mío, se movía un poco torpe pero me gustaba también su inexperiencia, como un nene que estaba descubriendo algo nuevo. No duró mucho -tal como había imaginado- y se desplomó. Sin sacarla se quedó acostado arriba mío, y en unos minutos ya se le había endurecido de nuevo, así que me empecé a mover hasta que volvió a cogerme. Cuando terminamos bajé a buscar más latas como para no darle tanta importancia al asunto. Volví y seguimos tomando, haciendo alguna broma sobre la película, como si nada especial hubiera pasado. Después me dijo si me quería quedar a dormir y me cogió toda la noche; se iba rápido pero enseguida estaba listo para otro, no sé cuántas veces me acabó en la boca sólo esa noche. A partir de entonces siempre que estábamos a solas lo hacíamos; cuando no estaba en lo de Nacho chupando pija y gimiendo, estaba con Paola rompiéndole el culo y acabándole en las tetas.

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