― ¿Vas a ir a ver a nuestro padre?
Cuando me dirigía a la oficina de mi padre, escuche una voz.
Fue Carlen.
Canna lo volteó a ver con una mirada agria. No hay forma de saber qué está haciendo.
¿Todavía siente ansiedad por Lucy?
― Lucy está bien ahora. Sabes de lo que te estoy hablando.
― ¿Realmente te vas ir?
― Sí. Te lo dije, ¿no?
Después de curar a Lucy, ella había dicho que iba a pedir permiso para divorciarse y poder vivir sola.
Así ya no tendría que preocuparme de quedarme en esta casa.
'Oh, ¿no crees eso?'
Quizás te preocupa que me quede aquí.
Para Carlen, ella es una desgracia para su familia.
― Estoy en camino a obtener el permiso de divorcio de padre, y cuando las cosas estén hechas, me iré, así que no te preocupes.
Traté de terminar con esto, pero Carlen todavía tenía algo que decir.
Por alguna razón, bajó la cara un poco nervioso y dijo rápidamente:
― Te daré un lugar para quedarte, si quieres.
― No lo necesito.
Canna escupió una respuesta sin demorar ni un segundo.
― Si me vas a pagar por lo de Lucy, no tienes que hacerlo. Solo dejar que me quede aquí por un tiempo es suficiente.
― No nos veremos después.
En ese momento, su boca era extraña, como si hubiera mordido una medicina amarga.
Era extraño por qué lo estaba haciendo, pero no estaba interesada.
Canna le dio la espalda.
Hay cosas más importantes que hacer ahora, por lo que debe prestarle atención.
'¿Padre lo permitirá?'
No creo que lo haga. ¿Cómo puedo convencerlo?
Contra alguien que me odia, ¿cómo?
* * *
― Padre.
Después de una larga caminata frente a la oficina, logré obtener coraje.
Toc toc. Hable después de tocar la puerta
― ¿Puedo pasar?
― Adelante.
La respuesta fue más rápida de lo que pensaba.
Pero Canna no pudo entrar directamente.
Estaba mucho más nerviosa que cuando entró en la habitación de su esposo, Silvie Valentin.
'Hoo, hoo, se valiente, Canna.
Y finalmente abrí la puerta.
Había una mesa frente a una gran ventana.
Alexandro estaba sentado en silencio y leyendo los periódicos.
Canna entrecerró los ojos ante la brillante luz del sol que caía a sus espaldas.
El cabello rojo de su padre y la camisa blanca empapados en la luz, lo hacía parecer tóxico.
La pluma se movía en la mano de Alexandro.