Capítulo 4

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Mini-maratón 1/2


Caleb

En cuanto abrió la puerta de su casa, ya supo que los dos pesados estaban esperándolo.

Efectivamente, una mano con las uñas pintadas de negro cerró la puerta por Caleb mientras alguien se cruzaba de brazos delante de él.

—Bueno —el de brazos cruzados—, creo que alguien nos debe una explicación.

Caleb intercambió una mirada entre ambos, que asintieron con la cabeza a la vez.

Eran sus compañeros de casa... y su peor pesadilla.

Iver y Bexley. Más conocidos —por él— como los mellizos pesados que le amargaban la existencia.

Había vivido con ellos durante más años que con Sawyer, pero seguía sin acostumbrarse demasiado bien a eso de tener a alguien controlando lo que hacía. Especialmente a esos dos, que el día que no se estaban peleando estaban destrozando cosas de la casa por aburrimiento.

Caleb puso los ojos en blanco cuando Bexley se le acercó por detrás y le olisqueó el cuello de la camiseta.

—Mhm... ¿eso es perfume de chica? —preguntó ella con una sonrisa maliciosa.

—El del buen olfato soy yo —le recordó Caleb, molesto.

—¿Qué es eso? —Iver dio un paso hacia él—. Te noto... molesto. ¿Que te molesta tanto, Caleb?

—Tú. Y tu hermana.

Caleb lo apartó y fue directamente a las escaleras, pero ellos no se dieron por vencidos ni cuando empezó a subir escalones hacia su habitación. Se detuvo con uno a cada lado, ambos sonriendo maliciosamente.

—¿Vais a dejarme en paz? —protestó.

—Es que tenemos curiosidad —sonrió Bexley.

—Hueles a chica, vienes tarde, tienes pintalabios en la mandíbula... ¿hay algo que no nos hayas contado?

Caleb estuvo a punto de limpiarse la mandíbula al instante, pero se detuvo cuando se acordó de que Victoria no se había puesto pintalabios. Era una trampa. 

—Buen intento —murmuró.

Iver entrecerró los ojos, pero no insistió.

—Tenemos dos teorías —dijo Bex, sin embargo.

—Una... —continuó Iver.

—...tienes novia...

—...que es improbable.

—Dos... 

—...que estás metido en un trabajo del cual no nos has informado...

—...que es muy probable.

—Tres: son imaginaciones vuestras —Caleb les dirigió una mirada molesta—. Dejadme en paz.

—¿Es un trabajo? —insistió Iver, curioso—. ¡Vamos, nosotros te lo contamos todo, desagradecido!

—No le contamos nada —murmuró Bexley, que soltó una protesta cuando su hermano le dio un codazo—. ¿Quieres que te parta la cara, imbécil?

—¿Crees que puedes intentarlo, niñita?

—¿Niñita? Todavía puedo hacerte llorar sin siquiera parpadear, capullo. Ven aquí.

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