Caleb
Estaba algo indeciso al cruzar el umbral de la puerta. No sabía muy bien qué se encontraría.
La noche anterior, no había vuelto a entrar en casa. O, al menos, no lo había hecho notar. Se había quedado en la ventana de su habitación, esperando que Victoria se durmiera. Cuando escuchó que finalmente lo hacía, decidió que era un buen momento para entrar en casa, darse una ducha y cambiarse de ropa.
Tampoco la había visto en toda la mañana. Había estado prolongando el momento de volver a verla —despierta, al menos— por las dudas de si estaría lo suficientemente enfadada con él como para tirarle objetos punzantes a la cabeza.
Después de todo... bueno, él la noche anterior había salido corriendo. Y Victoria era impredecible. No sabía cómo se lo habría tomado.
En cuanto estuvo en el vestíbulo, escuchó los pasitos del gato imbécil y le puso mala cara cuando fue a saludarlo felizmente.
—Quita, bicho.
Miau
—¿Es que te gusta que te traten mal? ¿Por eso vuelves cada vez?
Miau miau
—Ya veo.
—¿Estás manteniendo una conversación con un gato?
Caleb no se giró hacia Bexley, que estaba de pie en la cocina. Sonaba bastante perpleja.
—Nos entendemos —se limitó a decir, fulminando con la mirada al gato imbécil, que hizo lo mismo con él, rencoroso.
—Te entiendes mejor con un gato que con Iver y conmigo...
Decidió ignorar lo que había dicho y mirar a su alrededor, agudizando el oído y la nariz. El olor de Victoria seguía ahí, pero... no tan cerca como cabía esperar. No dentro de la casa.
Oh, no.
¿Dónde...?
Se giró al instante hacia Bexley, que leyó la pregunta implícita en sus ojos.
—Está en el porche de atrás, relájate —y puso los ojos en blanco.
Caleb cruzó el vestíbulo y abrió la puerta trasera. Ese día hacía frío, pero al menos era soleado, cosa que no había sido muy común últimamente. Supuso que por eso Victoria estaba sentada en la hierba con la espalda apoyada en un árbol. Tenía un libro en las manos y parecía profundamente concentrada en leerlo.
Él no se acercó intentando ser sigiloso, pero Victoria estaba tan centrada en su lectura que ni siquiera lo escuchó llegar.
Caleb enarcó una ceja.
—Harry Potter —leyó en voz alta—. Interesante elección.
Las mejillas de Victoria se volvieron rojas antes incluso de que levantara la cabeza y lo mirara.
—¿Algo que decir al respecto? —preguntó, a la defensiva.
—Así que has pasado de un clásico de la literatura universal como El retrato de Dorian Gray... a Harry Potter.
—Perdona, pero Harry Potter es un clásico.
Caleb no dijo nada. Ella enrojeció todavía más.
—Bueno, quería un poco de perspectiva sobre eso de convivir con alguien con poderes mágicos, ¿vale?
—No son poderes mágicos —repitió. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces lo había dicho.
Victoria suspiró y dio unas palmaditas a su lado, cerrando el libro y dejándolo en el suelo. Caleb lo pensó unos instantes antes de sentarse delante de ella. Mejor guardar las distancias.