Caleb
Se le había olvidado un pequeño detalle: pedirle las llaves a Victoria.
Tampoco es que haya supuesto un problema hasta ahora.
Pero ahora no iba solo a espi... a observarla. Iba a por un gato imbécil y una planta.
¿En qué momento había pasado de sujetar pistolas a sujetar plantitas?
Al final, tuvo que volver a colarse por la ventana. En cuanto saltó al salón, cerró la ventana a su espalda y vio que el gato ya lo esperaba junto a su cuenco vacío con los ojos entrecerrados, indignado.
Caleb le puso mala cara.
—A mí no me mires así, ya te lo dará tu dueña.
Miau, miau.
De todos modos, rebuscó entre sus armarios hasta que encontró una lata de comida de gato. El gato imbécil empezó a maullar con ganas hasta que tuvo la dichosa comida en su cuenco. Caleb puso una mueca. ¿Cómo podía oler tan mal? ¿Y cómo podía comérselo?
En fin, no era problema suyo. Fue a la habitación de Victoria y buscó con la mirada hasta que encontró la plantita en cuestión. Era pequeña y estaba más seca que el Sáhara. Caleb negó con la cabeza y la llevó a la cocina para ponerle un poco de agua.
El gato, por cierto, ya había terminado de comer y se relamía los labios.
—¿Qué? ¿Ha estado bien?
Miau.
—Pues me alegro, porque tengo malas noticias para los dos.
Miau, miaaau.
—Voy a tener que sujetarte para llevarte al coche. Puedes portarte bien y te llevaré en brazos o puedes ser un gato imbécil y te llevaré por la cola. Tú eliges.
Miau.
—Sí, a mí tampoco me hace mucha gracia que vengas. Lo hago por Victoria.
Miau, miau.
Al menos, pareció alegrarse cuando escuchó su nombre.
Caleb lo pensó un momento antes de acercarse y levantarlo con un brazo. El gato soltó un sonoro miaaaaau antes de agarrarse a su brazo con las cuatro patas llenas de garras. Él ignoró el pinchazo de dolor y abrió la puerta principal con el codo.
No había llegado a la mitad del pasillo cuando escuchó que alguien se aclaraba la garganta detrás de él.
Se giró extrañado, y vio a la vecina de Victoria mirándolo de brazos cruzados.
—¿Dónde te crees que vas con ese gato, señorito?
Caleb miró al gato imbécil, que estaba bostezando tranquilamente.
—Me lo llevo —dijo, simplemente.
Se dio la vuelta y volvió a avanzar hacia las escaleras, pero se detuvo con un suspiro cuando la mujer carraspeó todavía más ruidosamente.
—¿Dónde está Victoria? —preguntó.
—Aquí, no.
—Eso ya lo he visto. Me refiero a si está bien.
Caleb se relajó un poco al asentirle con la cabeza. Ella también pareció relajarse, pero solo por unos pocos segundos. Enseguida volvió a señalarlo y a poner mala cara.
—Si no la tratas bien, voy a enterarme.
—Muy bien.
—Y voy a ser tu enemiga.