❤Mini-maratón 2/2❤
Victoria
Está claro que al día siguiente cerró todas las cortinas.
Caleb
¿Por qué demonios había cerrado las cortinas?
Victoria
Menos mal que ahora sabía quién era el loco que la espiaba. Ahora podía evitarlo.
Caleb
No debió decirle quién era. Ahora podía evitarlo.
Victoria
Estaba ansiosa y echaba miradas por encima del hombro todo el rato. Lo peor era no saber dónde estaba exactamente. Se estaba volviendo paranoica.
Al menos, ahora imposible que entrara. Había asegurado todas y cada una de las entrad...
—¿Para qué las cierras?
Victoria dio un traspié hacia delante, aterrada, y la taza de té casi le salió volando de las manos cuando soltó un grito ahogado.
Se dio la vuelta, asustada, y vio que el imbécil se paseaba por la casa abriendo las cortinas otra vez como si nada.
Si la tacita de té no hubiera sido tan valiosa, probablemente se la habría lanzado a la cabeza.
Al menos, él debió darse cuenta de que estaba haciendo algo mal, porque al terminar se giró hacia ella y enarcó una ceja.
—¿Qué?
—¿Qué? —repitió, enfadada—. ¿Qué demonios te crees que haces en mi casa?
—Abrir las cortinas, ¿no lo ves?
Victoria no supo ni qué decir. Él cruzó el pequeño salón de nuevo y Bigotitos maulló cuando pasó por su lado.
—Hola, gato.
Miau.
—Al final, nos haremos amigos.
Miau miau.
Eso era surrealista.
Victoria clavó una mirada en Bigotitos que tenía la palabra traición grabada en ella, pero al gato no pareció importarle mucho. Solo se lamió una patita tranquilamente.
—Bueno, adiós —le dijo el rarito, devolviéndola a la realidad.
En cuanto vio que volvía al pasillo de su habitación, ella reaccionó.
—¿Qué...? ¡Oye! ¡Vuelve aquí!
Dejó la taza de té en la encimera y se apresuró a seguirlo. Lo alcanzó en su habitación, a punto de saltar por la ventana a la escalera de incendios. Él se giró y la miró por encima del hombro, con una pierna en el marco y una mano sujetando la parte de arriba. Ya tenía un hombro fuera.
—¿Qué? —preguntó otra vez.
—¿Qué? —repitió Victoria (también otra vez), indignada—. ¡No puedes entrar así en mi casa!
—Sí que puedo. Acabo de hacerlo.
Ella se acercó, frustrada, y agarró su camiseta con un puño, obligándolo a entrar otra vez.