Victoria
Bexley puso los ojos en blanco por enésima vez.
—Lo he entendido —le aseguró a Victoria, también por enésima vez.
Pero ella no estaba conforme.
—¡Es importante! —insistió—. He leído en Internet que es bueno que los niños tengan una hora específica para leer y...
—No voy a ponerme a leer libros con el crío —aclaró Bexley, cruzándose de brazos.
Victoria miró al niño, que estaba sentado felizmente en el sofá con Bigotitos mirando la televisión.
De hecho, miraba el canal de documentales históricos. Un documental sobre la primera guerra mundial. Y parecía encantarles a ambos. ¿Qué demonios...?
—Además —murmuró Bexley—, ¡solo ha estado aquí un día, tampoco has tenido tiempo para encariñarte tanto!
—¡Claro que lo he tenido! —ella se giró hacia Caleb en busca de ayuda—. Tú también, ¿verdad?
—No.
Victoria lo asesinó con la mirada, pero no pareció importarle mucho.
—Bueno, lo tengo todo claro —masculló Bexley—. ¡Marchaos de una vez!
Victoria suspiró y se giró hacia Caleb, que llevaba una mochila con sus cosas colgada del hombro y parecía bastante aburrido con esa conversación.
Al menos, había hecho un esfuerzo por vestirse como una persona normal. Victoria sonrió disimuladamente al notarlo. ¡No llevaba nada negro! Toda una novedad.
Y que lo hubiera hecho solo por ella hacía que la sonrisita tonta no pudiera desaparecerle.
—¿Qué pasa? —preguntó él al notar que lo miraba fijamente.
—Nada, nada... ¿nos vamos?
Ya se había pasado media hora despidiéndose del niño y Bigotitos, a quienes prácticamente les había dado igual.
—Sí —murmuró Caleb, y le abrió la puerta para que pasara.
Sin embargo, se detuvieron en seco al escuchar unos pasos apresurados por las escaleras. Y un sonido extraño que parecía... ollas chocando entre sí.
¿Qué...?
—¡Eeeehhhh, esperadme!
Los tres se dieron la vuelta hacia las escaleras, donde un Iver cargado con una mochila gigante bajaba apresuradamente hacia ellos, dando tumbos. Tenía una gran sonrisa.
—Ah, menos mal —dijo felizmente—. Pensé que ya os habríais ido.
—¿Qué llevas ahí? —Bexley frunció el ceño.
—¡Las cosas esenciales! Ollas, sartenes, platos, vasos...
—Iver, vamos a un campamento —aclaró Victoria—, no a un banquete real.
—¡Pero también querréis comer aunque estéis en un campamento! ¿O no?
—Espera —Caleb lo señaló con el ceño fruncido—. ¿Es que tú vas a venir?