Caleb
La cajera del centro comercial los miró uno a uno de arriba abajo con una ceja enarcada.
La situación era:
Victoria descalza, con un pijama y totalmente empapada por la lluvia.
El niño con ropa sucia mirando a la cajera con desconfianza.
Bexley e Iver empujándose entre sí para poner las cosas sobre la cinta.
Y Caleb... bueno, él simplemente era tenebroso de por sí, no necesitaba aditivos.
De hecho, la cajera se quedó mirándolo a él unos segundos más que a los demás antes de sacudir la cabeza, centrándose.
—¿Esto es una broma de cámara oculta? —preguntó, dubitativa.
—No —Victoria frunció el ceño a Caleb—. Venga, saca el dinero.
—Podrías pedirlo de forma un poco más suave, ¿no?
—Podría, pero no quiero.
Él suspiró y sacó el dinero de su cartera. La cajera les cobró la comida, la ropa y los pañales con una mueca de incredulidad.
La verdad es que esa jornada de compras había sido... interesante.
Caleb se había limitado a seguir a Victoria por los pasillos mientras ella le metía en la cesta todo lo que necesitaba y el niño se chupaba el pulgar, medio dormido con la cabeza sobre su hombro.
Caleb se lo había encontrado varias veces mirándolo con curiosidad y había apartado la mirada, incómodo.
No le gustaba ese niño. Era extraño.
Seguro que si se lo decía a Victoria soltaría algo como tú sí que eres extraño.
La cosa es que Iver y Bexley habían empezado a comprar comida como locos. Iver casi había estallado de felicidad cuando le habían dicho que alguien tenía hambre.
Eso solo significaba una cosa: tenía una excusa para cocinar.
Ahora estaban todos entrando en su casa. El trayecto en coche había sido silencioso y el niño había vuelto a quedarse dormido. Caleb, por los latidos demasiado lentos de su corazón, se preguntó cuánto tiempo hacía que no podía dormirse tranquilo. Seguramente mucho.
En cuanto cerró la puerta, Iver fue casi corriendo hacia la cocina con las bolsas de la compra, esquivando al gato no tan imbécil por el camino, que se acercaba con los ojos entrecerrados a Victoria.
¿Miau?
Ella sonrió ampliamente y se agachó un poco. El niño miró al gato con curiosidad, como si nunca hubiera visto alguno.
—Mira, Bigotitos, te presento a un nuevo amigo —dijo Victoria felizmente antes de mirar al niño—. ¿Quieres acariciarlo?
Él asintió con la cabeza, como fascinado, pero cuando estiró la mano el gato bufó y salió corriendo como si lo persiguiera el Diablo.
—Bueno, no serán grandes amigos —le dijo Bexley, divertida—. Vamos, te ayudaré con el señorito.
Las dos subieron las escaleras con el niño y Caleb se quedó mirándolas con una mueca antes de ir con Iver, que estaba empezando a añadir cosas a una sartén con entusiasmo.
—Soy muy feliz ahora mismo —le aseguró.
—Ya lo veo.
—¿Por qué has tardado tanto en tener novia? SI hubiera sabido que tendría una excusa para cocinar, te la habría presentado yo mismo.