Caleb
Abrió la puerta de casa con un poco más de fuerza de la necesaria, haciendo que el gato —que estaba justo detrás— diera un salto gigante del susto y saliera corriendo despavorido hacia el salón.
—¡Ten cuidado! —protestó Bexley, que tenía una lata que olía horrible en la mano.
De hecho, el gato había corrido a esconderse detrás de ella. Ahora estaba asomando la cabeza entre sus tobillos, rencoroso.
—¿Qué es eso? —preguntó Iver, entrando junto a Caleb.
—¿Esto? —Bexley levantó la lata—. Ah, le he comprado comida de gato gourmet. Para que sepa que es el señor de la casa —se agachó y empezó a acariciarle la cabecita, a lo que el gato ronroneó—. ¿Verdad que sí, mi rey? Ahora te daré un poco más.
—¿Desde cuándo te llevas tan bien con ese bicho? —protestó Iver.
—¡Desde que os marcháis continuamente y me dejáis sola con él! Al final, nos hemos hecho amigos.
Caleb sacudió la cabeza y entró en la cocina, pero no había nadie. Volvió a la entrada y la cruzó hasta llegar al salón. Tampoco había nadie. Agudizó el oído, frunciendo el ceño... pero nada.
—¿Dónde está Victoria? —le preguntó a Bexley.
Ella pareció confusa.
—No sé. Dijo que tenía que ir a hablar con su jefe de no sé qué. Se llevó al niño.
Caleb maldijo entre dientes mientras el gato se acercaba a él y, por consiguiente, Iver salía corriendo en dirección contraria.
—Ya volverá en un rato, no te estreses —le dijo Bexley, dándole un poco de comida al gato, que le relamió los dedos.
—Sawyer ha hablado conmigo. Creo que sabe que está viviendo aquí.
Bexley sonrió un poco.
—Si lo supiera, ya se habría plantado aquí con sus queridos matones para echarla, Caleb.
Él no estaba tan seguro, pero no dijo nada. Solo quería saber dónde demonios estaba y...
Se giró cuando escuchó un ruido en la entrada, pero puso mala cara cuando notó que era Brendan. Y, claro, lo primero que se encontró él al abrir la puerta fue esa mala cara.
—Hola a ti también, hermanito —ironizó.
—¿Has visto a Victoria?
—¿Tú novia se te ha escapado? —sonrió, desdeñoso.
—Cállate. ¿La has visto o no?
—No. Aunque, si lo hubiera hecho, tampoco te lo diría. La pobre chica merece poder escaparse de la tortura de aguantarte.
Caleb lo ignoró y salió de casa, malhumorado.
Victoria
Seguía con el corazón en la garganta mientras tiraba del niño calle abajo, mirando continuamente encima del hombro por si alguien los perseguía. La cabeza le daba vueltas por los nervios.
Kyran, que todavía sostenía su peluche, la miraba con confusión, como si no entendiera a qué venía tanto miedo, pero pareció contento cuando vio dónde se dirigían.
—Sí, vamos a mi casa —murmuró ella, abriéndole la puerta—. Necesito hacer algo.
Kyran pasó felizmente por su lado y subió las escaleras. Cuando Victoria llegó al piso de arriba, él estaba esperando, entusiasmado, junto a la puerta.