Victoria
—¿Es una broma?
Victoria volvió a repasar a sus dos acompañantes de la noche. Iver y Caleb, de pie en el umbral de su edificio.
Iver enarcó una ceja, ofendido.
—¿Qué problema hay? Estaba aburrido y quería hacer algo interesante.
—¿Acompañarme al trabajo es interesante?
—Más que quedarme en casa.
Victoria optó por clavar la mirada en Caleb, que se encogió de hombros.
—Bueno, da igual —Victoria suspiró—. Solo tengo que hablar con Andrew. No estaré mucho rato.
—Guay —Iver sonrió—. ¿Quién es Andrew?
—Mi jefe.
—¿Tenemos que darle una paliza? —preguntó, tan tranquilo como si hablara del tiempo.
—¡No! —se alarmó Victoria.
Caleb se limitaba a negar con la cabeza, con una sombra de sonrisa en los labios.
En el coche, el viaje fue silencioso. Iver canturreaba la canción de la radio desde el asiento trasero y Caleb y Victoria permanecían en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos.
Victoria estaba nerviosa. No le hacía mucha gracia eso de tener que hablar con Andrew de algo que no estaba segura de si iba a gustarle. Su puesto de trabajo estaba en juego. Y... bueno, no sabía de qué humor estaría Andrew.
—Puedo sentir tus nervios —Iver se asomó entre sus dos asientos y la miró—. ¿Quieres que te ponga histérica? Puedo hacerlo.
—No, gracias.
—Lástima. Sería divertido.
—No, gracias —repitió ella, molesta.
—También podría hacerlo sin tu permiso, ¿sabes?
—También podría sacarte de una patada del coche —le dijo Caleb secamente—. Deja de molestarla.
Iver levantó las manos en señal de rendición y optó por seguir cantando su cancioncita.
Cuando finalmente llegaron al bar, Victoria respiró hondo antes de salir del coche e ir a por su objetivo. Vio a Dani y Margo trabajando tranquilamente cuando abrió las puertas, y las dos se quedaron mirándola tanto a ella como a sus dos pintorescos acompañantes.
—Mhm... —Victoria hizo una seña hacia una mesa vacía—. Sentaos por ahí. Ahora vuelvo.
Era la zona de Dani. Mejor que no fueran a la de Margo o se pasaría todo su turno intentando sacarles información.
Caleb asintió una vez con la cabeza. Victoria estuvo a punto de ir al despacho de Andrew, pero lo pensó mejor y se giró por última vez hacia Caleb con el ceño ligeramente fruncido.
—No entres en el despacho —le advirtió en voz baja—, aunque se ponga... ejem... a decir cosas que no debería.
—¿Qué quieres decir?
—¡Que sé manejar a Andrew! Simplemente... no entres, ¿vale? Andrew se acordaría de ti. Lo último que necesito es que se ponga histérico.
—No te prometo que no entraré —aclaró él.
—Y no escuches a escondidas.
—Sabes que lo haré.
—Eres increíble —puso los ojos en blanco, pero ya estaba sonriendo—. Al menos, dame cinco minutos de margen.