Capítulo 10

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Victoria

—¿Dónde te has metido, Vic?

Ella sonrió al escuchar la voz de Daniela. Era tan dulce y calmada que siempre la hacía sentir igual. Y parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que había hablado con ella.

—Estoy en casa de un amigo. Lo estaré por unos días —miró por la ventana de la habitación de Caleb. Ya era de noche—. Si alguien te pregunta, estoy de viaje. El lunes llamaré a Andrew para avisarle de que necesito unos días libres.

No tenía sentido llamarle durante el fin de semana. Siempre dejaba el móvil en la oficina y nunca estaba en la oficina si no trabajaba. Era así de responsable.

—¿No te encuentras bien? —preguntó Dani, confusa.

—Sí, estoy bien, es que...

Es que un tipo tenebroso me persigue y el sexy x-men que me observa desde las tinieblas me ha acogido en su casa.

No, no sonaba muy convincente.

Y encontró la excusa perfecta casi al instante. Y quizá no era tan excusa como pretendía creer.

—Es que se acerca... ya sabes —su voz bajó unos cuantos tonos—. Ese día.

—Oh...

Dani era la única que lo sabía en esa ciudad. Ni siquiera lo había hablado con Jamie o Margo.

Porque de habérselo contado... bueno, Victoria prefería no saber sus opiniones.

Con Daniela era distinto. Ella era un cielo. Sabía escuchar sin juzgar, y además siempre intentaba que te sintieras mejor aunque fueras la persona más horrible del mundo.

Todo el mundo merecía una Daniela. Victoria tenía suerte de que fuera su amiga. La quería mucho.

—¿Necesitas hablar de ello? —preguntó Dani suavemente.

—No. Prefiero no hacerlo.

—Has vuelto a tener pesadillas, ¿no?

—Sí.

Dani suspiró y pareció quedarse pensativa unos segundos.

—¿Estás bien en casa de tu amigo? ¿Es ese que vino al bar?

—Sí. Y se llama Caleb.

—Oh, me gusta ese nombre —casi pudo percibir su sonrisa—. Pero... bueno, ya sabes que si alguna vez no te sientes cómoda ahí puedes venir a mi piso. No creo que a mis compañeros les importe. Y en mi cama cabemos las dos... más o menos.

—Dani, tu cama es minúscula.

—Bueno... siempre puedo pedirle el saco de dormir a mi vecino.

—Gracias por la oferta, pero... —Victoria sonrió, divertida—. Estoy muy bien aquí.

Y no era mentira. Ese día no había hecho absolutamente nada de provecho. ¿Cuándo había sido la última vez que había podido permitirse eso? A los diez años, probablemente. Ya ni se acordaba.

Solo se había dado un baño de espuma en la bañera de lujo de Caleb, le había cotilleado la ropa en busca de cosas interesantes, había explorado un poco la casa —había contado más de diez habitaciones distintas—, había comido algo, había mirado un poco la televisión y había dado de beber a la plantita.

Ah, y había perseguido a Iver con Bigotitos en brazos. Él había huido despavorido.

Había sido divertido.

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