Capítulo 13

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Victoria

Bueno, todavía le quedaba una semana entera sin trabajar.

Y... bueno, ¿qué se suponía que hacía la gente con tiempo libre?

Durante esa mañana, se dedicó a limpiar todo su pisito mientras Bigotitos la miraba desde encima de una estantería —no sabía cómo demonios había llegado ahí, por cierto—, bostezaba y dormía intermitentemente.

Cuando se aburrió de limpiar, fue a cocinar algo con su queridísima vecina, la señora Gillbert, a la que le contó algunos detalles del x-men que ella escuchó con mucha atención.

—Parece un buen chico —fue su conclusión mientras metía la bandeja en el horno.

Victoria, apoyada en la encimera, siguió comiendo bolitas de chocolate que habían sobrado del pastel y se encogió de hombros. No estaba muy segura de si esa era una gran descripción para Caleb.

—A mí me gusta —le dijo, y luego carraspeó—. E-es decir... mhm... me cae bien.

La señora Gilbert sonrió, sacudiendo la cabeza.

—Es evidente. Cuando hablas de él, se te ilumina la mirada.

¿Que se le... qué?

Victoria enrojeció y la señora Gilbert se echó a reír, mirándola.

—Querida, no hay nada de malo en enamorarse. Yo me enamoré una vez.

—Pero usted se casó con él —remarcó Victoria.

—¿Quién ha hablado de un él?

Victoria dejó de comer un momento para mirarla, estupefacta. La señora Gilbert esbozó una sonrisita divertida.

—Pero... —empezó Victoria, confusa—, ¿no estuvo casa durante más de cuarenta años con el señor Gilbert?

—Ah, claro que lo estuve. Pero la verdad es que cuando era más joven conocí a una chica que... —suspiró, con la mirada perdida—, me enseñó muchas cosas. Solo estuvimos juntas un verano en la playa que hay al otro lado de la ciudad, y yo sentí que iba a acordarme de ella toda mi vida. Y mira, así ha sido. Nunca volví a saber de ella.

—¿Cómo se llamaba? —preguntó Victoria, entusiasmada con la historia.

—Sara —la señora Gilbert ladeó la cabeza, como si intentara acordarse bien—. Me acuerdo de ella. Era bajita, pelirroja, con la cara y los hombros llenos de pecas... y siempre sonreía. Era un encanto con todo el mundo.

—¿Y qué hay del señor Gilbert? ¿No estaba enamorada de él?

—No. A mi Roger lo quería, pero no de esa forma —hizo un gesto con la mano—. Pero mis padres ya habían acordado con los suyos que nos casaríamos, así que cuando me lo propuso... no fui capaz de decirle que no. Además, Sara ya se había ido. Sabía que no volvería a verla. Y créeme, en esos años no era fácil sentirte atraída por una mujer y admitirlo en público.

Victoria sacudió la cabeza, fascinada por esa pequeña anécdota, y se preguntó su cuando ella fuera mayor tendría una historia parecida por contar.

Cuando volvió a casa, intentó leer por un rato, pero ya se sabía todos sus libros de memoria. Apretó los labios, frustrada, y al final fue con el portátil a su habitación para intentar gorronear wi-fi del restaurante que había al lado y mirar vídeos en Internet.


Caleb

—Te lo he dicho mil veces, no puedo seguir el olor.

Sawyer estaba histérico. Lo había estado toda la noche, pero ahora lo estaba todavía más. No dejaba de dar vueltas por la bodega, pasándose las manos por la cara y el pelo como si quisiera clavarse las uñas en ellos.

EtéreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora