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El tiempo pasa. Aveces, demasiado lento y otras, el tiempo corre.

El día de mi cumpleaños número dieciocho, Susan me llama a su oficina.

—como sabes, el estado te indemnizó por todo lo que ocurrió— me explica — este es... es tu último día aquí, ¿Lo sabes? — asiento, aún en silencio — ¿Qué vas a hacer con tu vida, Killian?

—voy a intentar vivirla— digo — yo... no tengo más que palabras de agradecimiento para tí, Susan.

—lo sé.

Logré abrirme con ella, con el tiempo. Aunque me costó, me di cuenta de que Susan no es mala, Susan no es mi madre.

Esta vez, yo la abrazo.

—Gracias por todo, Susan.

—Espero muchas cosas de ti, Killian—me dice.

Seis años atrás, cuando llegué aquí, no hubiera podido imaginar una vida, pero Susan me dio esa posibilidad.

Nunca más vi a Aaron Paulson, pero él también fue crucial para poder meter preso a mis padres. La terapia también ayudó. El doctor Ambrosio hizo un buen trabajo acomodando un poco mi cabeza.

Hice terapia con él desde el juicio.

—creo que debo buscar mis cosas—murmuro.

—Killian... de todos modos sabes que puedes quedarte aquí más tiempo—me dice —hasta que sepas que hacer.

Asiento, pero igual decido irme.

Cuando salgo de oficina con los papeles de la cuenta del banco, al que debo ir a buscar el dinero, voy a mi habitación.

Recorro el ya familiar pasillo hasta que llego a la quinta puerta y entro. En la pared, hay un dibujo de Sasha. Yo lo hice. Siempre me gustó dibujar y, según Susan, soy bueno.

—¿Te irás, cierto?—Amadeo, mi amigo Amadeo, me sonríe—ya era hora, tonto.

—¿Ya te cansaste de verme por aquí? —sonrío.

—al menos sé que sabrás jugar a la pelota—me dice— ¿Qué harás, Killian?

—¿Con mi vida? —él asiente—no lo sé.

—más te vale vivirla—él me da unas palmaditas en la espalda—espero no verte de nuevo.

—sabes que no me verás, me iré lejos.

Amadeo me sonríe y se mete en su cuarto.

Durante media hora, guardo mis cosas en un bolso que me consiguió Susan. No tengo muchas cosas, mis dibujos, las fotos de Sasha y algo de ropa. Oh y un libro.

Se lo robé a Susan, hace unos meses. Ella nunca lo supo, porque me hubiera retado. Cada vez que pasaba por su oficina y lo veía, quería leerlo. Así que lo tomé.

Es de un autor que se llama Charles Bukowski y tiene poemas. Nunca creí que pudiera gustarme la poesía, pero cada vez que lo leo, me entiendo un poco más a mi mismo. Cada frase su suya — la de un hombre que ha sufrido demasiado en su infancia y que se refugia en el alcohol siendo un adulto— me hacen creer que tal vez tengo algo de esperanza. ¿Podría, no?

Bukowski escribe con un alter ego, llamado Henry Chinaski, que es quien narra las historias, porque además de poemas, Bukowski escribe historias.

—¿Ya tienes todo? — me giro a ver a Susan, apoyada contra el marco de mi puerta— ¡Sabía que lo tenías tú! — ella ve el libro en mis manos.

—yo...— ¿Y ahora dónde me meto?

—no importa, es tuyo ahora— ella entra en mi habitación y me sonríe— pero tienes que prometerme algo.

Detrás de cámara | Fuera del set #1.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora