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Diana finalmente logra que me siente en la cama y poco a poco, dejo que ella lo haga, dejo que me domine, dejo que... maneje esto.

Ni siquiera sé por qué.

Me repito a mi mismo que no tengo nada que perder y tal vez por eso, no me importa perder la cordura, que tal vez sea lo único que me queda.

Ella me mira todo el tiempo, mide las reacciones de mi cuerpo, controla que mi respiración siga calma y yo me esfuerzo en que así sea, porque la curiosidad me gana y quiero ver qué puede hacerme. Tal vez sea un masoquista en el fondo, tal vez esté tan roto, que no me importe. Mi cabeza está enferma. O soy muy curioso.

La curiosidad supera al miedo, ¿Quién lo hubiera dicho?

El cabello rubio de Diana me roza constantemente los hombros cuando ella se pone sobre mis piernas nuevamente y me molesta. El tacto es casi quisquilloso y me pone los pelos de punta cada vez que pasa.

—¿Vamos a follar?

—yo te voy a follar.

La personalidad de Diana y la mía no van a tardar mucho en chocar, lo sé y aún así, me quedo. Dejo que ella me controle, solo por una vez, para saber qué se siente.

No se siente mal. Tampoco es que me agrade. Es como un medio para llegar al fin: correrme. No se siente de otro modo.

Diana me baja los pantalones y aunque quisiera, yo no podría desnudarla, porque mis manos están esposadas y no puedo hacer muchos movimientos con ellas. Así que Diana se desnuda ella sola y sus piernas vuelven a rodearme. Tiene un cuerpo precioso, tengo que decirlo. Se nota que hace ejercicio. Incluso podría jurar que tiene las tetas operadas, sin embargo, no es que me importe. Nunca juzgaría el cuerpo de una mujer, cuando yo acepto tan pocos comentarios sobre el mío. Sería muy hipócrita.

Ella me besa, ella me toca y ella manda hoy. Parece que eso decidimos.

Sus manos se pasan por mis brazos y me tenso, siento que mi piel se eriza y un escalofrío me recorre la espalda.

—¿Se siente bien? — Diana vuelve a hablar después de muchos minutos en los que ambos estuvimos callados. Su mano está tocándome la entrepierna— ¿Te da miedo?

No, no me da miedo. Será porque me creo capaz de romper lo que me retiene las manos, aunque no quiero hacerlo.

—no, estoy bien— boqueo en busca de aire, cuando ella se mueve hacia atrás y se inclina. Su boca rodea sin muchos preámbulos mi miembro y me chupa. Creo que me retuerzo y gimo, no lo sé. Me pierdo. Cierro los ojos con fuerza, mantengo mis manos cerradas en puños, mientras ella hace todo. Incluso, gruño, contenido.

Diana tenía razón. Se siente... bien. Al menos, no es desagradable.

Ella mueve la cabeza, succiona mi pene, lo saca de su boca y lo usa como si fuera su juguete. Luego, se aleja. Tengo la polla a punto de reventar, pero ella se aleja.

—no vas a correrte hasta que yo lo diga.

—¿De qué hablas?

—no vas a correrte todavía, Killian.

—¿Por qué? — la miro con el ceño fruncido, jadeando un poco.

—porque yo lo digo.

Diana juega conmigo, me maneja, se detiene cada vez que estoy a punto de correrme y la frustración casi hace que rompa las falsas esposas y termine el trabajo por mi mismo. Sin embargo, quiero creer que esto, de algún modo retorcido, me ayudará.

La tercera vez que ella se detiene, gruño.

—Diana... —ella sonríe y se estira por encima de la cama, buscando algo. Cierto alivio me invade cuando la veo agarrar un preservativo de algún cajón— ¿Ni siquiera puedo ponerme un condón? — la miro, un tanto incrédulo cuando ella desliza el látex por mi verga.

Detrás de cámara | Fuera del set #1.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora