Capítulo 8:

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A la mañana siguiente me levanto y actúo como si la noche anterior no hubiera sucedido. Como si Tanner Reed no siguiera desnudo en mi cama. Tras echarle un último vistazo al anuncio de Calvin Klein que parece, boca abajo, abrazándose a una de mis almohadas, la manta con la que lo cubrí anoche dejando ver sus entradas y una porción de su trasero, me sumerjo en el interior de mi armario y le envío un mensaje a la asistente que comparto con otros arquitectos para cancelar mis compromisos de la mañana, puesto que debo deshacerme de él antes de salir de casa. Selecciono un conjunto deportivo negro, un par de zapatillas Nike del mismo color y me dirijo al baño. Me cambio y aseo, amarrando mi cabello en una apretada coleta en la cima de mi cabeza. Tomo una botella de agua de limón de la cocina antes de encender algunos inciensos de canela y sentarme en el centro de la sala, sobre una colchoneta azul, rodeada de humo mientras hago mi rutina diaria de yoga. Ya que he tenido mucho trabajo últimamente, tengo casi una semana sin ir al gimnasio y entrenando desde casa cada vez que puedo. Tenía planeado hacer algo de zumba hoy, pero yoga es lo que necesito para deshacerme del estrés que todo esto me ha generado.

Estoy en mi postura de media cobra, aliviando los músculos de mis costados y muslos, cuando escucho el sonido de pasos acercándose. Sin perder todo mi trabajo, extiendo una de mis manos para finalmente poder subirle volumen a mi estéreo.

─Tu ropa está en la secadora ─le digo mientras paso de media cobra a perro hacia arriba, deshaciendo la flexión de mis brazos.

Tras unos segundos de tensión y relajación en ella, me dejo caer suavemente hacia abajo, pasando por media cobra hasta llegar a besar el suelo, y flexiono mis piernas para quedarme un rato doblada sobre mí misma en la postura del niño, mi abdomen contra mis mulos y mis brazos extendidos hacia arriba.

─¿Qué mierda se supone que haces? ─pregunta Tanner por encima de mí, la suela de sus zapatos siéndome visible por el rabillo del ojo, por lo que ya debe haberse vestido.

─Yoga.

─Eso lo sé, Savannah, no soy idiota, ¿pero por qué ahora?

Casi escucho la desesperación y el malhumor en su voz arrogante. Sonrío, pero debido a que mi cabeza está presionada contra el suelo y mis brazos la ocultan, no puede verlo.

─El hecho de que no te haya echado a patadas ayer, como debió haber sucedido, no significa que vaya alterar toda mi vida por ti. ─El amarte no significa que mi mundo se haya detenido, es lo que realmente me muero por decirle, porque ha encontrado la manera de seguir girando a pesar del dolor, lo que deberías hacer tú con Pauline─. Como perdí mi mañana en la oficina, decidí hacer yoga mientras despertabas y aprovechar que estás aquí para enseñarte lo que llevo del ático. Si quieres café, puedes servirte en la cocina. También tengo cereal de oreos e ingredientes para cualquier tipo de sándwich que conozcas. Aspirinas en la cestita del baño.

Tras hablar y escucharlo dirigirse a la cafetera con un gruñido, me incorporo mientras inhalo y exhalo con profundidad. Saludo a mis vecinos cuando los encuentro mirando casualmente hacia mí desde el otro edificio. Estaría asustada si no fueran una adorable pareja gay que suelo encontrarme en la tienda y  que me piden consejos de decoración. Enrollo mi colchoneta antes de ponerme de pie sintiéndome más flexible, liviana y poderosa. Consciente y en control de cada curva y atributo de mi cuerpo. Ese es un efecto favorecedor del yoga que no muchas instructoras mencionan. La dejo sobre el mueble de cuero blanco en mi sala antes de dirigirme a la cocina, la cual no luce tan grande con Tanner encorvado sobre ella sirviéndose café. No lleva puesto su abrigo, el cual no lavé, sino la camisa negra y pantalones oscuros que traía debajo. No puedo evitar detenerme junto a la encimera para obtener un vistazo completo. Mi estudio se caracteriza por ser blanco y estar colmado de luz natural y artificial. Decir que resalta aquí es un eufemismo. Es como un punto oscuro en un lienzo en blanco.

Tanner Reed © (Impostores #1) EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora