Capítulo 13. IKEA

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- Esa camiseta me suena -me dijo Mimi al cruzar la puerta de la habitación al salón hacía las 10 de la mañana.

- ¡Buenos días! Pues me parece que esta camiseta ya está jubilada... -dije mientras bajaba la mirada para ver qué llevaba puesto.

- No te acuerdas ¿verdad?

- Mmmm no, ¿de qué debería acordarme? -dije sin entender de que iba el tema.

- Esta es la camiseta que llevabas cuando nos vimos por primera vez -volví a mirarme por segunda vez la camiseta, era una básica de tirantes y color gris, probablemente esa era una de las prendas menos glamurosas de mi armario.

- Pues no, me has pillado -admití- no me acuerdo de lo que llevaba. ¿Tú si? -pregunté incrédula y pensando que me estaba gastando una broma.

- Claro, tengo una foto -dijo mientras encendía su móvil para buscarla.

- Vaya, de eso tampoco me acuerdo...

- Normal, no te enteraste -me dijo riendo mientras me enseñaba la foto en su móvil. Salía yo sentada en la terraza de uno de nuestros bares favoritos de la ciudad, en Lavapiés, con exactamente esa camiseta.  Supuse que sí, que la foto era del día que nos conocímos, porque sí, recordaba dónde habíamos ido.

- ¡Que horror Mimi! ¡Salgo fatal! -me quejé.

Me puse a recordar ese día, realmente uno de las más surrealistas de toda mi vida, por lo menos hasta aquel momento. 


🖤🖤🖤


Llevaba apenas una semana en Madrid y no había empezado con buen pie. Ese día me levanté temprano pensando que sería un día aburrido como cualquier otro. Tenía que ir a IKEA a por unos cambios de muebles, pero los de la tienda solo me ponían trabas. Llegué y me dirigí a atención al cliente, después de unos minutos discutiendo con ellos en el mostrador, me mandaron a la sala de espera donde había otras 5 personas más esperando.

- ¡Serán toletes! -me quejé en voz baja para que los trabajadores no me escucharan pero suficientemente alto para que los más próximos a mi lo escucharan.

- ¿Perdona? -me increpó una chica de melena larga y rubia.

- Perdón, pero es que no me quieren cambiar un mueble que venía roto -me disculpé educadamente.

- ¿Canaria? -preguntó la chica curiosa.

- Sí... -respondí intrigada y sin estar muy segura de por qué me lo estaba preguntando.

- Tenía que ser -respondió riendo.

- ¿Perdone? ¿Hay algun problema? -le repliqué tan educadamente como pude.

- Nada, nada, que me has recordado a mi ex -se creó un silencio incómodo en la sala- ¿De dónde eres? ¿Puede que lo conozcas? -detestaba que los peninsulares dijeran eso. En Canarias había 7 islas, ahora 8, y suponían que iba a conocer a todos los canarios. 

Refunfuñé y le respondí vacilona- No lo creo -me reí de su estúpidez- pero dime, a ver... -pregunté por curiosidad y para evadirme un rato del percal que tenía con el mueble defectuoso.

- ¿No? ¿Que te apuestas?

- ¿Yo? Nada -respondí seca y bastante incrédula de que aquella desconocida se tomase tales confianzas.

- Bueno, pero si yo gano, vamos a tomar algo -puse los ojos en blanco.

- Como quieras, pero mi invitas tu, que estoy pelada -añadí.

- Me conformo

- Bueno y ¿de quién se trata? -pregunté para saciar de una vez mi curiosidad.

- Se llamaba, bueno se llama, Patricio, y es del Hierro, no creo que haya muchos...

- No! -dije incrédula.

- ¿Que pasa? -rió- ¿Lo conoces verdad? -afirmé con la cabeza- ¡Te lo dije!

- ¿De la caleta? ¿Uno que canta? -pregunté para confirmar mis sospechas.

- Exacto -me apuré bastante ya que no podía creer que lo conociera y que hubiese estado saliendo con él. Y es que a veces, me ocurrian coincidencias que ni yo misma me podía creer, de todos los habitantes de Madrid tenía que ser ella.

- Señorita Ana Guerra -me levanté sin mediar ninguna palabra más con aquella chica y me dirigí al mostrador. Estuve discutiendo de nuevo un buen rato con aquel señor hasta que me devolvió el dinero del producto defectuoso. Cuando terminé me dirigí hacía la puerta de salida intentando evitar el contacto visual con aquella chica ya que era consciente de que ella había ganado la apuesta y que estaría dispuesta a todo por cobrarla.

- ¡Oye! Me debes un café -me llamó por detrás. Me paré en seco- No te ibas a ir ¿no? He ganado la apuesta ¿recuerdas?

- Sí...

- Por cierto Ana, me llamo Mimi

- Encantada supongo... -respondí sin saber que decir a lo que Mimi rió.

- Y bien, ¿dónde quieres ir?

- No lo sé, no conozco la ciudad... -dije algo avergonzada.

- Te acabas de mudar ¿verdad? -afirmé- ¿Dónde vives?

- Oye, no te conozco de nada, no te lo voy a decir... -respondí molesta.

- Vale, vale, ¿Lavapiés te pilla cerca? -pensé por unos segundos, pero no, no tenía ni idea de donde estaba eso- Está por el centro, línea 3 del metro -me aclaró al verme perdida.

- Me va bien -dije sin estar nada segura.

- Tengo coche, si te apetece luego te acerco a casa -asentí.


🖤🖤🖤


Y así, es como conocí a Mimi, en un IKEA. Bueno, de hecho la conocí en aquella cafetería de Lavapiés, allí, cuando llegamos, me senté con ganas de irme y me fui, 4 horas más tarde, con ganas de quedarme. Fue justo allí conocí a la que es mi mejor amiga, esa tarde hablamos de muchísimas cosas: trabajo, aficiones, sueños, pasiones y muchísimos otros temas banales pero que nos hicieron conocernos. Todo esto tomando un café, y más tarde, una cerveza. Y, aunque empezamos el día como completas desconocidas, nos fuimos a dormir como si nos conociéramos de toda la vida.

- Que va -replicó Mimi a mi comentario y devolviéndome a la realidad- ¿Has desayunado? -añadió.

- Sí, te he dejado el café preparado.

- Gracias -respondió mientras se dirigía a la cocina a por su desayuno.


Miércoles 25 de marzo - Día 12 de confinamiento



Atrapadas en Madrid | ‪WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora