Capítulo VIII

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No hubo tiempo para esconderse. Estaban completamente expuestos en la barquita.

Ana divisó en la orilla a Alexandre y a Giselle.

Alexandre alternaba la mirada furioso entre Dante y Ana, sin saber a quién matar primero. Mientras que Giselle se tapó la boca ahogando un grito y una solitaria lágrima de decepción resbaló por su mejilla.

-¡Anastasia! -gritó Alexandre- más te vale que ahora mismo regreses a la orilla.

Dante miró a Ana y ésta le rogó con la mirada que comenzase a remar hasta donde se encontraban sus hermanos.
Dante así lo hizo. En apenas un minuto alcanzaron la orilla.

-Estoy completamente decepcionado de ti, Anastasia, siempre pensé que tenías valores dudosos pero nunca imaginé que te involucrarías con semejante escoria. Desde este momento has dejado de ser mi hermana para mí ya no eres más que una mujerzuela, aunque no creo que ni una mujerzuela quisiera involucrarse con una bestia como ésta

Ana lloraba silenciosamente mientras que Dante solo apretaba la mandíbula.

Giselle la tomó suavemente de los hombros y la dirigió hasta el carruaje.

-En cuanto a ti -Alexandre lanzó un puñetazo, que impactó contra el rostro de Dante, Dante se aturdió un poco y pudo escuchar como su rosa gritaba y golpeaba el vidrio del carruaje pidiendo a Alexandre que lo dejara en paz. A pesar de que Dante era mucho más fuerte que el hermano de su rosa, no respondió y no lo hizo solo por amor a ella. Sabía cuánto Ana quería a sus hermanos- Más te vale no volverte a acercar a Anastasia a menos que quieras terminar muerto, ¡monstruo!

Dicho esto, el soberbio noble se limpió las manos con uno de sus pañuelos, como si Dante le hubiera ensuciado las manos, y se dirigió al carruaje.

La primera parte del viaje en carruaje transcurrió en silencio, con las dos damas derramando lágrimas silenciosamente y el futuro barón mirando por la ventana sin dejar de tensar la mandíbula un solo momento.

Cuando el silencio se rompió finalmente, fue a causa de las palabras que emitió Giselle:

-Ana, Alexandre y yo no le comentaremos nada de esto a nuestros padres, pero debes jurar que cortarás todos los lazos con ese joven y aceptarás el cortejo de Lord Percy. Caso contrario les diremos, tú sabes que ni tu destino ni el de ese muchacho serán agradables si eso sucede. Nuestros padres harán todo lo posible para que él vaya a la cárcel, sino logran incluso su ejecución -Ana profirió un grito de horror- y en cuanto a ti, tú destino será, sin duda, un convento. Alexandre y yo confiamos en que aún te quede una pizca de raciocinio. Así que, ¿aceptas o no? -Dijo Giselle con la mirada estoica, nunca la había visto tan seria y fría.

Ana nunca permitiría que nada le pasara a Dante, le amaba demasiado. Hace tiempo ya, cuando no sabía lo que era amar, le había parecido ridícula la frase "solo cuando amas de verdad eres capaz de dejar ir" pero ahora que amaba, la entendía completamente.

-Acepto -dijo Ana con la mirada perdida

-Bien, mañana mismo arreglarás un encuentro con él y le dirás lo que le tengas que decir para que te deje en paz

-Así lo haré -dijo Ana con la voz sin vida alguna, tanto, que Giselle y Alexandre se miraron entre sí preocupados, pero aún así no emitieron palabra.

Cuando llegaron a casa, Ana se dirigió a su habitación, y comenzó a llorar sin control, se sentía desolada, incluso cuando dejó de llorar a moco vivo y solo se dedicó a mirar el techo, las lágrimas se seguían derramando sin cesar como si no  pudieran parar de salir.

Al día siguiente, Ana se peinó, y escogió un vestido cualquiera, ya nada importaba. Era hora.

Un carruaje la dirigió a la boutique.
Cuando Madame Baudin la vió no pudo evitar preguntarle si estaba bien, jamás había visto a Ana tan... apagada, en sus ojos se reflejaba una profunda tristeza.

-Yo... estoy bien, Madame -dijo Ana forzando una sonrisa- me gustaría ver a Dante, ¿puedo subir al ático?

-Por supuesto

Ana se dirigió al ático, tocó la puerta y después de escuchar un "adelante". Se adentró en el oscuro cuarto.

Dante al ver a Ana se emocionó muchísimo y fue corriendo a abrazarla, le dio varias vueltas en el aire y le depositó un suave beso en los labios. Ana se dejó hacer. Sabía que sería su último beso.

-Ana, mi Ana -dijo Dante estrechando a Ana entre sus brazos, como si ella no fuera real, como si fuese a desaparecer en cualquier momento- estuve muy preocupado, te mandé una carta con Tony pero no me respondiste. Ana todavía no te lo había dicho, pero ¿recuerdas el dinero que invertí? Logré triplicar el monto con ese negocio y estoy seguro de que saldrá mucho más dinero de donde vino ese. Iré a pedir tu mano mañana mismo. Todavía no he comprado  el anillo de compromiso porque quería ir a escogerlo contigo, pero te compraré la piedra más grande de la joyería, lo prometo -dijo Dante con una sonrisa llena de orgullo en el rostro.

Ana se clavó las uñas en las palmas de las manos para evitar llorar y puso la cara más carente de emociones que pudo.

-Dante, esto no puede continuar

Dante la miró confundido.

-¿A qué te refieres? -dijo con la voz temblorosa por el miedo a que sus peores temores se cumplieran.

-Ayer hablé con mis hermanos y me abrieron los ojos -dijo Ana lo más tranquila que pudo, aunque esperaba que Dante no hubiera notado cuando en un punto le tembló ligeramente la voz- no puedo casarme contigo, digo, todos estos meses fueron... agradables pero no más. No me condenaré a vivir una vida entera... -Ana miró a Dante de arriba a abajo con asco, había practicado toda la noche esa mirada en el espejo para verse convincente- contigo. Sin duda tengo mejores pretendientes, mismos a los que no les llegas ni a los tobillos, como Lord Percy, por ejemplo

Dante tensó la mandíbula y se le cristalizaron ligeramente los ojos, pero no lloraría, era fuerte.

-Entonces ¿Te casarás con él?

-Si me lo pide sí -dijo Ana mirándose las uñas.

Lo hago por él, lo hago por él, lo hago porque lo amo, lo hago porque no quiero que muera, lo hago porque merece ser feliz, aunque no sea conmigo... -Ana se repetía este mantra mental para darse fuerzas y no desplomarse y llorar frente al hombre que amaba.

-Bien -dijo Dante- supongo que entonces no hay nada más que hablar -Dante le señaló la puerta- adiós Lady Manners

Ana se dirigió hasta la puerta y en voz inaudible susurró.

-Adiós Dante

Enamorándome de un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora