Epílogo

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Dante parecía un león enjaulado, no paraba de dar vueltas afuera de la recámara que compartía con Ana.

Jamás había sentido tanto miedo en su vida, solo le rogaba a Dios que todo saliera bien, que su esposa y su hijo estuvieran sanos y salvos.

Él había hecho todo lo que estuvo en su mano para quedarse en la habitación pero las comadronas no se lo permitieron, alegando que los hombres nunca entraban a los partos. Lo tuvieron que sacar a empellones del cuarto.

Ya no podía soportar la tensión, escuchaba a Ana gritar en la habitación, y él quería estar con ella, adentro, dándole apoyo.

Pero esas viejas brujas no se lo habían permitido.

-Tranquilo, todo va a salir bien, Annie es demasiado fuerte -le dijo Alexandre que también se encontraba afuera, esperando ser uno de los primeros que viera a su sobrinito o sobrinita

-Eso espero -dijo Dante sin dejar de mirar a la puerta.

Súbitamente, se escuchó un llanto. Dante soltó el aire que no sabía que estaba reteniendo cuando lo escuchó, todo había salido bien.

Pero, de repente, escuchó que su rosa volvía a gritar guturalmente.

-¿Pero qué demonios está pasando ahí adentro? -dijo Dante presa del pánico.

Estuvo a punto de abrir la puerta (tumbándola si fuese necesario) pero su cuñado lo detuvo poniendo su mano en su hombro.

-Debemos esperar, tranquilo todo estará bien

Dante frunció el entrecejo, ¿Cómo podía estar tranquilo?

Pero de un rato a otro, Dante nuevamente escuchó un llanto. Y todo el alboroto en la habitación se calmó.

Dante estaba desesperado por entrar no entendía que había pasado y la espera, aunque fuera poca, no hacía más que agravar su incertidumbre.

Repentinamente, la puerta se abrió. Una de las comadronas le dio paso para que se adentrase.

Dante vio la escena más bonita que hubiera alguna vez pasado por su ojos. Su rosa le dedicó gran sonrisa cuando lo vio atravesar el umbral, sostenía dos pequeños bultos, uno en cada brazo.
¡¿DOS?!

Dante abrió los ojos como platos y se acercó a paso veloz a donde se encontraba su esposa.

-Son mellizos -explicó Ana sencillamente, para proceder a mostrárselos.

Dante derramó una pequeña lágrima que limpió inmediatamente con el dorso de su mano.

Eran preciosos.

El varón tenía el cabello castaño claro como su madre y la pequeñita tenía el cabello castaño obscuro de su padre, pero en ambas cabecitas Dante pudo divisar delicados rizos, habían heredado su cabello. También observó sus ojitos, de momento, su tonalidad era gris, aunque sabía que el color de los ojos de los bebés podía variar con el tiempo. Reconoció varias características suyas y de Ana entremezcladas en los pequeños, pero agradeció internamente que no tuvieran el defecto que él cargaba en su rostro.  Dante emitió una pequeña risita por todo el júbilo que sentía y luego acarició las cabecitas de sus dos pequeños.

-¿Quieres cargarlos? -le dijo Ana sonriéndole de oreja a oreja.

-Pero... ¿Y si les hago daño? -se veían tan delicados que Dante tuvo mucho miedo.

-No les harás daño, solo tienes que tener cuidado con las cabecitas

Ana le puso un mellizo en cada brazo a Dante.

A Anastasia se le derritió el corazón al ver una sonrisa de orgullo surcar el rostro de su esposo.

-Ya he decidido su nombre -Dijo Ana

-Por supuesto, uno de los que pensamos ¿No es así?

-Mmm -dijo Ana- de hecho ha habido un ligero cambio de planes

-¿Ah, sí? ¿Cuál? -Dante sonrió de manera traviesa a Ana. Ella salía con cada cosa.

-Bueno su primer nombre será el que escogimos. Pero el segundo... Dante sabes que amo la historia y pienso copiarme la idea de Cleopatra

Dante frunció el entrecejo sin comprender.

-¿Cuál idea?

-Nuestro hijo se llamará Adrien Helios y nuestra hija Christine Selene como los dioses griegos del sol y la luna -dijo Ana con una sonrisa brillante.

-Supongo que de todas manera no servirá que me niegue

Ana lo fulminó con la mirada.

-Tienes suerte de que llevas a mis pequeños en los brazos porque sino te dejaría uno de esos bonitos bíceps tuyos doliéntote por una semana -Dante no pudo evitar emitir una ronca risotada.

Después de dejar nuevamente a sus hijos en los brazos de Ana, Dante abrazó a su amada y le susurró delicadamente en el oído:

-Gracias, cariño

Ambos compartieron una sonrisa y unieron sus labios a los del otro en un beso lleno de ternura.

Enamorándome de un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora