Capítulo XVIII

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Ana se puso una bata y pidió a una de las sirvientas que le subiera una tina. Tomó un baño, se vistió y luego se dispuso a buscar a Dante por todo el castillo si era necesario.

Aunque tenga que ir cojeando -dijo Ana con una mueca de dolor, observando su dolorida zona v.

Le preguntó a dos sirvientas que se encontraban haciendo la limpieza del piso superior si habían visto a Dante. Ambas respondieron casi al unísono:

-Su excelencia se encuentra en su despacho

Ana les pidió que la guiaran, el castillo era muy grande.

Después de unos cinco minutos, al fin se encontraban frente a una gruesa y grande puerta de roble.

Las sirvientas la dejaron sola después de que ella les agradeciera.

Ana tocó la puerta y escuchó un "pase" del otro lado, así que entró.

Ana observó a Dante. Estaba sentado atrás de su enorme escritorio de ébano. Parecía que no había dormido la noche entera, tenía ojeras y frente a él, había una botella medio vacía de whisky.

Dante se sorprendió al verla, a juzgar por cómo enarcó ambas cejas.

-¿Qué haces aquí? -preguntó exasperado.

Ana frunció el ceño, sin entender la situación en la que se encontraban.

-¿Que qué hago aquí? ¿Dante realmente me estás preguntando eso? Soy tu esposa, pensé que ayer habíamos arreglado las cosas

-Las mujeres no deben entrar en los despachos de los hombres y respecto a lo otro sabes que nunca arreglaremos las cosas -le dijo mirándola a los ojos mientras tomaba otro sorbo de whisky de la copa que sostenía entre sus largos dedos.

A Ana se le cristalizaron los ojos.

-Entonces... ¿Qué fue lo de ayer?

-Lo de ayer no fue más que nosotros cumpliendo con la responsabilidad de obtener un heredero para el ducado

Ana no podía escuchar más, no permitiría que Dante la humillara una sola vez más.

Había tratado de resolver las cosas y explicarle lo que había ocurrido en realidad.

Ana dio la vuelta sobre sus talones y salió del despacho.

Un mes después...

Ana creía que no había estado tan triste en su vida entera, ella en su corazón albergaba la pequeña esperanza de que Dante se disculpara, pero no lo había hecho. Únicamente lo veía en los desayunos, almuerzos y cenas en el comedor. El resto del día se lo pasaba en el despacho evitándola como la peste. No le había dirigido la palabra ni una sola vez, incluso en el comedor.

Y ella ya no le rogaría más. Estaba harta. Se sentía destrozada, pero aprendería a vivir con ello. Al menos de eso, estaba segura.

Ana estaba observando los jardines del castillo por la ventana de su habitación (sí, su habitación, al día siguiente de su primera vez, Dante había enviado una doncella a informarle a Ana que sus aposentos estaban listos y que de ahora en adelante dormiría allí).

Ana creía que no le había caído bien el desayuno, sentía náuseas. Hace días que no se sentía bien, muchas veces sentía mareos repentinos cuando estaba caminando por los pasillos. Ana lo atribuía a que no estaba pasando por su mejor momento emocional ¿Qué otra cosa podía ser sino?

Al menos su ánimo hoy mejoraría un poco, Giselle había prometido venir a visitarla, Ana le enseñaría su reciente trabajo en los jardines. Ella había ocupado su mente en este oficio para no sufrir más de lo que ya lo hacía.

Enamorándome de un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora