Dos días más tarde, a las siete de la mañana, Ismael cruza la calle a paso rápido para abrir la cafetería. En la puerta hay un hombre con un abrigo hasta las rodillas que parece estar inspeccionando las paredes del edificio. Con un metro láser apunta a distintas partes y luego toma notas en un cuaderno que trae consigo. Ismael piensa que será un técnico del ayuntamiento y se acerca para ver si necesita algo. Cuando le toca el hombro y el otro se da la vuelta, descubre que es Alberto, el famoso abogado.
—¿Se puede saber qué haces? —pregunta sorprendido.
—Comprobar el estado del edificio. Las paredes tienen grietas de grado 3. ¿Sabes qué empresa firmó el último dictamen?
Ismael lo mira atónito.
—No tengo ni idea de lo que me estás hablando. —responde.
—Los edificios de más de 50 años deben realizar inspecciones periódicas y contratar para ello a entidades o técnicos independientes que den un informe favorable de... Mira déjalo —Alberto se cansa de explicarse ante Ismael quien, por su cara, ya ha decidido que el abogado no está bien de la cabeza —ya hablaré con la administración de la comunidad. ¿No abrís un poco tarde? —le pregunta mirando la puerta cerrada de la cafetería.
—A las siete de la mañana, como todos los días. —responde Ismael comprobando el reloj e introduciendo la llave en la cerradura.
—Estáis perdiendo a todo un abanico de clientes abriendo a estas horas. La mitad del personal del ambulatorio que está aquí al lado empieza su turno a las siete. Si abrieseis a las seis y media seguro que más de uno vendría a desayunar aquí. —afirma Alberto mientras ambos entran en la cafetería.
Ismael toma aire y lo expulsa despacio intentando no perder los nervios.
—Ya... es que ¿sabes? Paula y yo tenemos una vida. No podemos trabajar 24 horas.
—Bueno, no os haría falta. Sin duda lo más eficiente seriá que abrieseis antes y luego cerraseis a las siete. Por esta zona no hay mucho movimiento a partir de esa hora. Incluso podríais contratar a alguien para que os hiciese el turno de tarde, que es el más flojo. Eso también sería un síntoma de buena gestión empresarial.
—Mira Alberto —dice Ismael forzando una sonrisa —estoy seguro de que tú sabes más que nosotros de... ¿cómo has dicho? Gestión empresarial. Pero nosotros llevamos en esta cafetería casi diez años y conocemos a nuestros clientes. Y aunque sería estupendo poder contratar a alguien los bizcochos de chocolate y canela no dan para tanto, así que, de momento, nos tenemos que organizar entre los dos.
—No te juzgo, es solo que cuando veo la posibilidad de que algo sea más eficiente lo digo. Es mi especialidad.
—Bueno, pues la mía son los capuccinos. Te preparo uno a cambio de que dejes de gestionar mi negocio ¿vale? —dice encendiendo la cafetera.
—Bueno, bueno. ¡Qué carácter! Luego soy yo el que está amargado ¿eh?
Ismael ríe de buena gana.
—No, hombre no. Es que este sitio es cómo mi hija. No me gusta que me digan cómo llevarla. Aunque admito que quizás tengas razón en lo de la gente del ambulatorio. Se lo comentaré a Paula. Y dime ¿qué haces levantado desde tan temprano? Paula no entra hasta dentro de un par de horas.
—Lo sé, lo sé. Les he dejado a todos durmiendo en casa. Si quieres que te diga la verdad llevo en la calle desde las cinco de la mañana. Últimamente no duermo bien y dando vueltas en la cama me agobio, así que me gusta salir a pasear. Así conozco el pueblo.
—No sé si habrá mucho que conocer a esas horas. No estarán ni las calles puestas.
—Es más tranquila. La verdad es que Mario eligió un buen sitio para vivir.
—El mejor. Y con la mejor compañía.
—Sin duda —sonríe Alberto por primera vez en muchos días —total que, ya que estaba levantado he venido a ver cómo están los edificios de la urbanización. La estrategia de los del centro comercial va a ser intentar que un juez declare que las edificaciones están "en ruinas" para poder tirarlos. Yo no soy arquitecto, pero algo entiendo y, aunque es verdad que son viejos, creo que su estado no es tan crítico. Hay campo para pelear.
—Esos lo único que quieren es que todos vendamos. Les vendría tan bien...
—Hombre, claro. Si todos los propietarios vendéis pueden hacer lo que quieran con el edificio. En ese sentido, se podría negociar con ellos y llegar a un acuerdo que sería muy beneficioso para Paula y para ti. Conozco a este tipo de empresarios y pueden llegar a ser muy generosos. Deberíais pensarlo.
—No hay nada que pensar —dice Ismael con tono serio y tajante. —Esta cafetería no se vende. De aquí no nos echa ni Dios si no es con una orden judicial de por medio.
—Pero...
—¡Pero nada Alberto! Escúchame bien, porque me pongo serio muy pocas veces: Paula y yo no vamos a vender ni a negociar nada con esos indeseables. Si crees que podemos ganar el juicio lucharemos hasta el final, pero si vas a volver a decirnos que nos rindamos, te digo desde ahora que prefiero buscarme otro abogado. ¿Entendido?
—Clarísimo —musita Alberto, bastante intimidado por ese chico delgadurrio que de repente resulta que tiene un carácter que no esperaba.
—Genial —Ismael vuelve a sonreír —. ¿Has desayunado? ¿Quieres comer algo con el café?
—¿Queda el bizcocho ese de plátano?
ESTÁS LEYENDO
Empezar de cero: Una historia de amor gay
ChickLit¿Qué hacer cuando lo has perdido todo? Alberto creía tener la vida perfecta: un trabajo que le gustaba, una reputación como abogado de éxito y un hombre a su lado con el que pensaba pasar el resto de su vida. Pero cuando su prometido le deja para ca...