Hora y media más tarde, los dos jóvenes llegan al céntrico apartamento de Ismael con la pequeña Lucía dormida como un tronco en brazos de Alberto.
—Gracias por acompañarnos —dice Ismael.
—El lo menos que podía hacer. Es más o menos mi sobrina. —responde el abogado —Lo que no sé es por qué no se ha quedado conmigo el fin de semana. ¿Crees que Paula no se fía de mí?
Ismael ríe por lo bajo.
—¡No hombre no! Claro que se fía de ti. Eras el plan B. Pero claro, tú acabas de llegar. La canija lleva siendo más o menos mi sobrina mucho más tiempo que más o menos la tuya. La veteranía es un grado, chaval —afirma, dándole una juguetona palmada en el hombro.
—Vale, vale. Eres el tío molón ¿no? Lo pillo.
—Pues claro que soy el tío molón. Tiene ocho años y le hago donuts para desayunar.
—¡A mí me encantan los donuts!
—Creo que por eso te molo a ti también —Ismael le guiña un ojo mientras abre la puerta de su habitación. —Déjala en mi cama. Odia dormir en el otro cuarto, así que siempre que viene, me toca compartir.
—Hace contigo lo que quiere ¿eh? —dice Alberto mientras deja suavemente a la niña sobre el colchón.
—No lo sabes tú bien. —responde Ismael, tapándola con la colcha. Los dos adultos intentan hacer el mínimo ruido posible hasta que salen de la habitación y cierran la puerta.
—¿Y tú que haces? ¿Te quieres quedar a tomar algo? Es tarde. Te puedes quedar a dormir en el otro cuarto.
Alberto valora la propuesta pero le parece abusar de la confianza de Ismael. Además, después de lo que ha pasado hace un rato, una cosa tiene clara: quiere quedarse a dormir con Ismael, pero no en el cuarto de invitados.
—Creo que será mejor que me vaya. Yo...
"RIIING" El sonido del teléfono fijo interrumpe la conversación. Ismael se apresura a descolgar el aparato, temiendo que despierte a Lucía.
—Sí. Diga.
Escucha lo que le dice la voz al otro lado del teléfono.
—¿Cómo? —no puede evitar lanzar un grito escandalizado —Voy para allí.
Cuelga el teléfono y se gira hacia Alberto que le mira inquisitivo. El abogado le ve abrir y cerrar la boca, como si estuviese buscando unas palabras correctas que no se le terminan de ocurrir. Ve cómo los ojos se le llenan de lágrimas de impotencia.
—Han... —empieza al fin —Alguien ha entrado en la cafetería. Nos han destrozado el escaparate y algunas de las mesas. Era el señor Li. Les ha visto entrar y ha llamado a la policía. Los ladrones se han asustado y se han ido. No sé si nos han robado algo o... Tengo que ir a ver.
—¿Quieres que vaya contigo? —se ofrece el chico.
—No. No podemos dejar sola a Lucía. Quédate con ella. Vuelvo en cuanto pueda.
—De acuerdo. Tranquilo ¿vale? —Alberto le acaricia la cara con dulzura mientras Ismael trata de contener las lágrimas.
—Coño es que parece que últimamente nos pasa todo lo malo. Primero lo del centro comercial y ahora esto. Llevamos años con esa cafetería y nunca habíamos tenido ningún problema.
—Es raro —murmura Alberto pensativo mientras Ismael coge la chaqueta y sale del piso.
***
No vuelve hasta varias horas más tarde. Ismael abre la puerta del apartamento y todo está a oscuras, así que el hostelero camina a tientas por su piso, intentando no hacer ningún ruido. Cuando abre la puerta de su dormitorio, la imagen que ve es hermosa. La pequeña Lucía duerme plácidamente abrazada a su tío Alberto, que también ha caído rendido en los brazos de Morfeo. Les mira y piensan que los dos están guapísimos dormidos. Hasta parecen buenos y todo.
La noche ha sido larguísima. Ha tenido que ir a hacer a denuncia la comisaría, despertar a Paula para contarle lo ocurrido, recoger todo un poco para poder abrir mañana... Una locura, vamos.
El hostelero todavía no puede creerse lo que ha pasado. Por suerte parece que los ladrones no llegaron a robar nada, pero aún así, los destrozos... Mañana tiene que llamar al cristalero para arreglar el escaparate y, cuando vuelva Paula necesitarán comprar mesas nuevas para reponer las destrozadas.
Pero ahora son las cuatro de la mañana y no puede hacer nada. Así que se tumba en el único hueco libre que hay en la cama e intenta dejar de darle vueltas a la cabeza. No puede y da vueltas en la cama, hasta que se queda mirando a Alberto. ¡Dios qué bien le queda el pelo así de largo! "Está para comérselo" piensa, y sonríe en la oscuridad al darse cuenta de que, no importa lo malo que haya pasado, su cabeza siempre tiene tiempo para ese tipo de ocurrencias.
Aunque la verdad es que, entre que él está guapo y que abrazado a la niña parece todo un padrazo, Ismael piensa que podría llegar a acostumbrarse a esa estampa.
Arrullado por la respiración tranquila y acompasada del abogado, el sueño le acaba venciendo.
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Empezar de cero: Una historia de amor gay
ChickLit¿Qué hacer cuando lo has perdido todo? Alberto creía tener la vida perfecta: un trabajo que le gustaba, una reputación como abogado de éxito y un hombre a su lado con el que pensaba pasar el resto de su vida. Pero cuando su prometido le deja para ca...