Alberto mira la pantalla del teléfono móvil y suspira en voz alta antes de coger.
—¿Se puede saber qué diablos quieres Héctor?
—¡Hola! —dice Héctor con voz alegre, pero Alberto le conoce demasiado bien como para saber que está fingiendo. —¿Qué tal estás? Escucha, te llamaba porque creo que el otro día, los dos dijimos cosas de las que nos arrepentimos. Yo, desde luego, que sí. Por eso había pensado que podíamos dejar el trabajo a un lado y salir a tomar algo como en los viejos tiempos. Si quieres te invito a cenar en un restaurante hawaiano que he descubierto y que es una maravilla.
—¿Quieres que vayamos a cenar? Pero ¿tú estás bien de la cabeza? —se exaspera Alberto que consigue no alzar la voz a pesar de que no puede creerse lo que escucha.
—¡Venga, no seas tan duro conmigo! Ya te he dicho que quiero enterrar el hacha de guerra.
—Héctor, no voy a dejar el caso de la cafetería. Así que ahórrate el esfuerzo si es eso lo que estás esperando.
—No, nada de trabajo. Coge el caso, estoy seguro de que lo harás genial.
—Entonces ¿qué quieres? —pregunta Alberto confuso.
—¡Nada! Solo quiero invitarte a cenar. Estoy solo un sábado por la noche en lo que podría considerarse el pueblo más aburrido del planeta. ¿Tan raro es que quiera tomar algo con un amigo y recordar viejos tiempos?
Héctor escucha a Alberto suspirar al otro lado del teléfono.
—Quieres follar. —afirma este último.
—¿Qué? ¡No! —Héctor finje escandalizarse.
—Héctor, te conozco de sobra. A ti solo te interesan tres cosas: el despacho, tu ego y el sexo. Si no quieres hablar de trabajo, follar conmigo satisface las otras dos cosas.
Escucha la risa pícara de Héctor, al que no le importa ser descubierto.
—Vale. Me has pillado. Estoy solo y cachondo en mi hotel. Y, aunque te dije que te cortases el pelo, espero que no lo hayas hecho. Te queda muy sexy. —Alberto puede sentir su sonrisa acariciándole la oreja y se estremece.
—Héctor... —empieza.
—¿Cuándo vienes? Quiero decir ¿vienes directamente aquí o prefieres que pase a buscarte y cenamos algo antes? Estoy caliente pero puedo esperar. Eras tú el que no solía poder hacerlo —ríe.
—¡No voy a ir! No vamos a follar nunca más y, honestamente, me preocupa la clase de imagen tienes de mí si piensas que me puedes llamar y yo voy a ir corriendo a tus brazos.
—Venga, no te hagas el difícil. Ángela me ha puesto la cabeza como un bombo hoy con la dichosa boda y necesito relajarme no que me den sermones.
—¿Ángela? ¿Con la boda? ¿O sea que de verdad piensas casarte?
Alberto escucha por unos segundos el silencio al otro lado de la línea.
—Ehhh... sí, claro que sí —responde Héctor finalmente, con voz que indica que no tiene ni idea de por qué diantres no iba a casarse con su jefa ni qué tiene que ver eso con el hecho de que le esté pidiendo sexo a Alberto en ese mismo momento.
—Eres increíble.
—No entiendo por qué te lo tomas así. Es una buena oportunidad para mi carrera. Ángela va a presentarme a los socios de casi todos los bufetes del país. Llegaré lejos. Y tú y yo nos podemos seguir viendo. De verdad que te hecho de menos.
—Dime una cosa Héctor ¿fuisteis vosotros los que destrozaron la cristalera del Sweet Home?
Héctor ríe sorprendido por la serie de preguntas tan raras que le ha dado por hacer al Alberto últimamente.
—No fui yo, si es eso lo que te preocupa. Y no sé exactamente quien fue, pero creo que podemos admitir sin temor a equivocarnos que si le tocas las narices a un grupo empresarial tan importante como Tirey, una cristalera rota es lo menos que te puede pasar.
—Entiendo —murmura Alberto.
—Bueno, si ya has terminado con el interrogatorio me voy a duchar. ¿Quedamos en el lobby del hotel en 45 minutos?
—¿Disculpa? Héctor ¿qué parte de "no voy a follar contigo nunca más" no has entendido?
—¿Hablas en serio? Creí que solamente querías ponérmelo difícil como cuando me dijiste que te acostabas con el camarero ese.
—Es que me he acostado con Ismael. Y, aunque no es asunto tuyo, me gustaría mucho seguir haciéndolo.
—¿De verdad? ¡Por favor Alberto este pueblo te ha sentado peor de lo que pensaba! Ese tío no es más que un hippie con mal carácter.
—Ese tío es mil veces más hombre que tú y la persona con la que mejor me lo he pasado en la cama y fuera de ella. No le llegas ni a los talones. Después de haberme pasado años a tu sombra, conformándome con las migajas que me dabas cuando te venía bien, creo que tengo derecho a decirte que me gusta otro hombre. Me gusta Ismael. Lo adoro. Lo quiero.
—¿Lo quieres? ¿Quieres decir que lo amas? —pregunta Héctor incrédulo.
Alberto mira el móvil como si fuese otra persona la que hubiese dicho esas últimas palabras por él. Se queda pensando. ¿Es cierto? ¿lo ama?
Cuelga el teléfono sin despedirse de Héctor sabiendo que por fin ha enterrado una relación que llevaba años muerta. La pregunta ahora es si otra relación estará a punto de empezar.
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Empezar de cero: Una historia de amor gay
ChickLit¿Qué hacer cuando lo has perdido todo? Alberto creía tener la vida perfecta: un trabajo que le gustaba, una reputación como abogado de éxito y un hombre a su lado con el que pensaba pasar el resto de su vida. Pero cuando su prometido le deja para ca...