—¿Qué haces? —Alberto entra en la cocina mientras Ismael termina de sumergir las fresas en el chocolate.
—Estoy probando un nuevo postre. Si gusta, igual lo añadimos en carta. —responde Ismael —Toma, prueba —saca una de las brochetas de frutas que gotean chocolate negro y se la acerca, con tan mala suerte que un cacho de fresa se cae, dejándole un manchurrón en la camiseta.
—Mierda, perdona —se excusa el cocinero, pero Alberto solo sonríe y cogiendo la brocheta se la mete en la boca. Mastica la fruta despacio, mirándole fijamente, mientras un par de gotas de chocolate decoran la comisura de sus labios. Ismael se sorprende cuando su garganta se queda seca. Su corazón se acelera y se frota las manos en un gesto inconsciente de nerviosismo. ¿Por qué Alberto le mira tan fijamente? ¿Qué le pasa? Y más importante ¿qué le pasa a él?
Después de tragar de la manera más lúbrica que Ismael recuerda, Alberto atrapa con su dedo índice las gotas de chocolate que se le han quedado en los labios y se lo mete en la boca para chuparlo de una manera tan obscena, que Ismael no puede evitar que su polla se retuerza ante la imagen. ¿Pero qué le ha dado a este tío?
—Te he manchado —es lo único que el cocinero puede balbucear.
Alberto sonríe con una seguridad que Ismael no había visto hasta entonces y, sin dejar de mirarle, se quita la camiseta muy despacio. Deja al descubierto un pecho definido, lampiño y bronceado, digno de un anuncio de gimnasios.
—Si querías que me quitase la camiseta, no tenías más que pedirlo. —sonríe mordiéndose el labio.
Ismael descubre que no puede apartar la vista de él, como tampoco puede evitar que sus ojos dibujen una línea desde sus pectorales, a través de su vientre y hasta llegar a la entrepierna, donde adivina un apetitoso miembro que le hace relamerse.
Pero esto, lo que quiera que sea, es una locura que tiene que parar en ese mismo momento.
—Alberto no se que te está pasando pero...
—¿Pero qué? Querías esto ¿no es cierto? Hasta Paula lo dijo. ¿Qué pasa? ¿Crees que no noto cómo me miras? —Alberto da unos peligrosos pasos hasta situarse a pocos centímetros. El calor que irradia su pecho es hipnótico e Ismael tiene que contenerse para no acariciarlo con sus dedos. Sin embargo, lo que no puede evitar es que su miembro se endurezca y haga presión contra la tela del pantalón, como si quisiese él también rozar la piel del otro. ¿Cuándo cojones se volvió este tío tan sexy?
—Creo que ahí dentro tienes algo que quiere salir a jugar —los ojos de Alberto señalan a su entrepierna —¿qué vamos a hacer al respecto?
Ismael sabe que la respuesta adecuada a esa pregunta es "nada". No deberían hacer nada. Aunque la polla le duela y se agite reclamando un poco de cariño. No deberían hacer nada. Pese a ello, el camarero no abre la boca y Alberto, intuyendo una invitación a actuar, decide tomar las riendas. Sin dejar de mirarle a los ojos, le desabrocha con habilidad los vaqueros y de un tirón le deja desnudo de cintura para abajo. Ismael baja la vista para ver su falo enorme, pleno de deseo, apuntando directamente al abogado, quien lo agarra, entendiendo los deseos que Ismael no pronuncia, y empieza a masturbarlo despacio.
El joven suspira y cierra los ojos dejándose hacer. En un momento dado Alberto se arrodilla delante de él y sustituye su mano por su lengua. Lo ataca con salvajes lametones que son como deliciosos latigazos en su glande. Ismael libera unas gotas de néctar y el otro se apresura a recogerlas con su lengua.
—¡Qué rico! —afirma paladeando con gusto y sin dejar de mirarle a los ojos. Ismael no puede contener un gemido agónico para deleite de quien le escucha, y vuelve a cerrar los ojos.
Gime y suspira sin parar mientras ese casi desconocido que ha metido en su casa, le hace una y mil maravillas a su polla. La chupa, la lame, la toca, la besa, la escupe, llenándole de placer mientras él solo puede desear más y más. Se tiene que apoyar en la encimera de la cocina para asegurarse de que sus piernas no van a fallarle, porque el gusto es tan intenso que ahora mismo parecen hechas de gelatina.
—¡Joder sigue! —exclama Ismael cuando no puede soportar la agonía más tiempo. Alberto le sonríe y sigue a lo suyo, pero una de sus manos se desplaza hasta el culo de Ismael y empieza a juguetear sutilmente con su entrada. Ismael grita sorprendido y se abre las nalgas con sus propias manos para que el otro tenga un mejor acceso. Las yemas del abogado dibujan círculos alrededor de su ano y le tientan con la idea de penetrarlo. Ismael está más caliente que en toda su vida y siente que su orgasmo está cada vez más cerca. Echa la cabeza hacia atrás y emite un gemido gutural, primitivo mientras Alberto le sigue dando inmenso placer por delante y por detrás, llevándole a lo que promete ser un orgasmo épico.
Se despierta en la cama con un gemido en los labios. Totalmente solo. Mira a su alrededor y tarda unos segundos en comprender que todo ha sido un sueño. Todo su cuerpo está agitado y cubierto en sudor. No le hace falta mirar debajo de la colcha para saber que su polla sigue irritantemente dura, al borde del orgasmo. Suspira con frustración, prohibiéndose a sí mismo acabar la faena. ¿Pero qué cojones le está pasando? ¿Desde cuando está así de salido? ¿Todo por un tío al que hace dos días ni siquiera conocía? ¿Y Jorge? ¿Qué pasa con él? La culpa le invade y sus ojos se llenan de lágrimas.
—Lo siento amor —musita en la oscuridad de su cuarto, dejando que el desasosiego lo arrastre.
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Empezar de cero: Una historia de amor gay
Chick-Lit¿Qué hacer cuando lo has perdido todo? Alberto creía tener la vida perfecta: un trabajo que le gustaba, una reputación como abogado de éxito y un hombre a su lado con el que pensaba pasar el resto de su vida. Pero cuando su prometido le deja para ca...