12- La mañana siguiente, dudas y cartas sin abrir

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—¿Quieres café?

Ismael hace un esfuerzo por abrir los ojos. Ha dormido fatal, entre los sueños húmedos y el encontronazo con Alberto en el baño... ha sido una noche para olvidar. Definitivamente no le viene bien tener visitas en casa. Encima lo primero que ve al despertarse es a Alberto con la cafetera humeante en la mano y se siente fatal por todo. Pobre chaval, con lo majo que es. Aunque al principio le pareció un sieso inaguantable, el chico se está portando muy bien con Paula y con él. ¿Y él cómo se lo paga? Teniendo sueños guarros con él. De verdad que no se reconoce.

—Espero que no te moleste. Te he desordenado un poco todo buscando el café, pero antes de irme te lo dejo todo como nuevo.

—No te preocupes Alberto —dice el otro sentándose en una silla —el orden en esta casa siempre ha sido muy relativo. ¿Has dormido bien?

—La verdad es que sí. Me costó dormirme pero me levanté a refrescarme un poco al baño y después caí como un bebé.

"Como siempre gimas así cuando te refrescas..." piensa Ismael recordando el excitante sonido de anoche. Sin embargo, si el abogado no menciona su encontronazo en el baño ni su erección, no será él quién lo haga.

—Me ha llamado Paula. Los obreros acaban de llegar a casa. A ver si la casa está habitable y esta noche puedo volver a dormir allí.

—Claro —el hostelero le lanza una media sonrisa. Lo cierto es que la situación ya se ha vuelto lo suficientemente rara como para que el abogado quiera desaparecer cuanto antes. Ismael no puede quitarse de la cabeza el ridículo que hizo anoche, cuando el otro le pilló durísimo en el baño. Alberto no puede saber que él fue el culpable de semejante erección, pero aún así... Vaya imagen que se habrá llevado. Claro que él tampoco apartaba los ojos. Se frota los ojos esperando que así se le aclare el cerebro. ¡Menudo papelón!

—El lunes los del centro comercial le hicieron una generosa oferta al señor Li. —comenta Alberto mientras revisa un montón de papeles.

—¿A quién?

—Al señor Lí, al de la tienda de electrodomésticos de la esquina.

—¡Ah coño sí! El chino.

—Es japonés, pero bueno. A ese.

—¿Cómo lo sabes?

—He estado dando una vuelta. Y Li madruga tanto o más que yo. —afirma el abogado, mirando la hora.

Ismael agita la mano.

—Lo siento pero el señor Li y tú no me vais a hacer sentir culpables. Cuando no me toca abrir la cafetería en esta casa no se pone despertador. ¿De todos modos cómo has conseguido que te cuente algo? Es un hombre súper borde.

—No es borde. Lo que pasa es que es serio, disciplinado y, sobre todo, no habla bien español. Por suerte para ti, yo si hablo un japonés bastante decente.

—¿En serio?

—En serio. Por eso soy el mejor en este juego baby. Los del centro comercial me van a lamer las botas. —sonríe sin levantar la vista de los papeles.

—¿Baby? ¿En serio? ¿Desde cuando dejaste de ser el abogado engominado y pasaste a ser el malote del barrio? —ríe Ismael incrédulo.

—Desde que me veo las caras con los más malos de la calle —afirma el otro —El señor Lí ha estado recibiendo presiones y visitas nada amigables de abogados y administrativos que trabajan para el tipo que quiere derribar el edificio desde hace semanas. Dice que parecen más matones que otra cosa. Quieren presionarle para que firme. Por suerte, el señor Li no es de los que se amedrantan y rechazó las dos ofertas anteriores que le hicieron. Pero con el dinero que le han prometido el lunes podría dejar de trabajar y retirarse tranquilamente. Aquí o en japón. No sé que va a hacer.

—Ya veo. —murmura Ismael.

—Oye ¿y no es raro que Li recibiera tres ofertas de compra y vosotros ninguna?

—Oh, recibimos algunas cartas—afirma el hostelero sin darle importancia mientras termina el café.

—¿En serio? ¿Cuando? ¿Por cuanto dinero?

—No tengo ni idea. No las abrimos. Están ahí si las quieres, dice señalando una montaña de papeles debajo de botes de especias.

—¿No las has abierto? ¿Y me lo dices ahora? ¡Ismael, podrían ser importantes!

—Abrí la primera, vi que era del grupo empresarial que quiere construir el centro. Nos ofrecían no se cuánto dinero por la cafetería. No la íbamos a vender así que me pareció una pérdida de tiempo seguir leyéndolas. De echo, no sé por qué no están en la basura. —responde encogiéndose de hombros.

—¿Cómo no me dices algo así? Según Li algunas de las cartas eran más amenazas que ofertas de compra. Él las tiró todas, pero si tu las tienes igual en el juicio eso pueda suponer una ventaja. Amedrentar a la gente para que venda es ilegal. ¿Habéis recibido visitas de sus abogados como dijo Li?

—Una vez vino un tío trajeado con pinta de imbécil a la cafetería. Le mandé amablemente a tomar por culo. No me preguntes por qué, pero no ha vuelto.

—Me quedo las cartas —dice el abogado cogiendo unos diez sobres del montón de papeles —a ver si sacamos algo.

—De todos modos no lo entiendo —dice Ismael —No pueden obligarnos a vender ¿no?

—No, pero si están presionando o amenazando para que vendan a los dueños de pisos o comercios más mayores, más miedosos, más débiles... Más fácil será que poco a poco todos vayáis cediendo. Y aunque alguno os mantengáis firme, hazme caso: para cualquier juez es más fácil echar a la calle a dos chavales jóvenes, dueños de una cafetería, que a treinta familias. ¡Necesitamos impedir que la gente que no ha vendido hasta ahora, ceda a la presión! —exclama Alberto que, de repente, se siente motivado como hacía tiempo que no lo estaba. Recoge todos sus papeles y se los lleva a su habitación.

—Alberto —dice Ismael antes de que salga.

—¿Qué?

—Que gracias.

Empezar de cero: Una historia de amor gayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora