11- En vela

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En el cuarto de enfrente, Alberto tampoco puede dormir. No para de darle vueltas a lo que ha dicho Ismael, a lo que él ha dicho en la cena, al culo de Víctor, a la espalda del camarero... ¡Por Dios me voy a volver loco! Por supuesto sabe bien lo que le pasa. Su cuerpo se puso en estado de coma el día que Héctor le dijo que ya no le quería y ahora está empezando a despertar. Tiene semanas de deseos, enfados, frustraciones y polvos para liberar. Y cualquier agujero le parece trinchera. Vamos, que le da igual ocho que ochenta. Pero incluso así, se sorprende de lo fuerte que le ha dado con el amigo de su cuñada. Simplemente no puede parar de pensar en él. ¿Se estará volviendo loco?

Como siente que no puede seguir dando vueltas en la cama, opta por levantarse e ir al baño. Refrescarse un poco y beber agua le hará sentirse mejor. Se está obsesionando y eso no es bueno.

Coge toda el agua que puede con las manos y se la echa en el rostro sin importarle mojar el pijama ni salpicar el suelo. Analiza su cara en el espejo: ojeras, piel pálida y mirada triste. Desde luego, no es su mejor versión. Por lo menos la poca dignidad que le queda le ha dado para seguir afeitándose todos los días, pero ya no es ni sombra de lo que solía ser. Tiene que hacer algo para salir del pozo ya. Algo. Lo que sea.

La puerta del baño se abre de golpe y Alberto tiene que agarrarse con fuerza a la loza del lavabo para no pegar un brinco del susto.

—¡Mierda! Perdona... —exclama Ismael.

Alberto no sabe si el camarero sigue hablando o no, porque sus ojos y toda su atención están focalizados en la masiva erección que el chico tiene entre los pantalones. La tela del pijama se levanta sin dificultad dibujando los contornos de una tienda de campaña que cobija una polla grande, gruesa y muy muy dura. Simplemente no puede apartar los ojos de esa pitón que parece apuntarle directamente a él. Evidentemente, el camarero se da cuenta y se revuelve incómodo.

—Mejor vuelvo luego —dice dándose la vuelta.

Alberto se queda allí parado y mudo, incapaz de elaborar ningún tipo de respuesta. Solo puede recrearse en la imagen de esa maravilla que tiene guardada Ismael entre las piernas. Sin poder evitarlo, se lo imagina con Víctor. La enorme polla del uno contra el perfecto culo del otro. Fantasea con el modelo gimiendo de gusto con esa pitón entrando y saliendo de su culo, dándole duro, hasta hacerle poner los ojos en blanco. Y seguro que después Victor se la comió entero con esos gruesos labios que tiene. Hasta atragantarse.

Un latigazo de placer agita su entrepierna y su propio miembro empieza a despertarse. Alberto lo mira y se lo acaricia suavemente por encima del pantalón. Una parte de él se siente culpable por estar fantaseando con dos hombres a los que apenas conoce, pero la otra se alegra de tener, por fin, una motivación para descargar.

Seguro de que Ismael no volverá al baño, se baja los pantalones y escupe en su mano. Comienza a masturbarse de manera ansiosa, casi furiosa, mientras los cuerpos de esos dos hombres danzan y se contorsionan de placer en su imaginación. Ismael comiéndole el culo a Víctor. Victor ca cuatro patas siendo penetrado por Ismael. La polla de Ismael palpitando, retorciéndose y finalmente liberando gruesos chorros de semen que gotean por los muslos de Víctor. Ahora es Victor quien penetra al camarero sin tregua. Restregando sus cuerpos en suaves sábanas húmedas de leche.

Inmerso en estos pensamientos, Alberto no tarda más de unos minutos en correrse. Ha estado aguantándose las ganas por tanto tiempo, que cuando se libera no puede evitar soltar un gemido de satisfacción. Se limpia con agua y jabón y se marcha a dormir, satisfecho y seguro de que ahora sí podrá conciliar el sueño.

En su habitación, la polla de Ismael sigue palpitando con fuerza mientras al chico no se le va de la cabeza el gemido de liberación que acaba de oír en el baño.

Empezar de cero: Una historia de amor gayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora