—Se te ve muy bien —dice Héctor atusándose el pelo con la mano mientras mira su reflejo en una de las cristaleras del pub.
Alberto se frota las manos con insistencia mientras se revuelve incómodo en el asiento.
—Pues no he estado nada bien Héctor. Nada.
—Ya imagino. En este pueblo todo es tan... —arruga el ceño mientras busca la palabra correcta —vulgar. No sé cómo has aguantado tanto aquí.
—Dime ¿a dónde querías que fuera? —pregunta Alberto intentado no cabrearse.
—Pues no sé. Pensé que te habrías ido a las Bahamas a tomarte un descanso o algo.
—Yo odio la playa Héctor. Deberías saberlo.
—No es verdad. Solíamos ir a la playa todo el tiempo.
—Porque a ti sí te gusta. Siempre que íbamos te decía que no me gustaba.
—Es que tú te quejas por todo. Es difícil saber cuando lo dices en serio.
—¿Disculpa? —Alberto no puede creer lo que oye. ¿Tendrá morro ese tío?
—Tranquilo no pasa nada —Héctor agita la mano perdonándolo. —Lo que sí que no tiene perdón Alberto es el tema de la cafetería. Tirey es uno de los mejores clientes del bufete, ya lo sabes.
—No, no lo sabía. No son mi campo.
—Bueno, lo mismo da. Ahora ya lo sabes. Has tenido suerte de que me haya enterado yo antes que Ángela. Se hubiera puesto echa una fiera.
—No veo por qué. Ya no trabajo ahí ¿Recuerdas? Tiene algo que ver con el hecho de que tú te follases a Ángela a la vez que me follabas a mí.
—Alberto, no vuelvas otra vez con lo mismo. Pasa página. Eso fue hace mil años.
—¡Eso fue el mes pasado! —grita Alberto sin poder controlarse.
—Baja la voz. De verdad, lo que te gusta dar un espectáculo.
—No me gusta...
—Deja el caso ¿de acuerdo? Yo no se lo diré a Ángela ni a los de Tirey. Nadie se enterará y todos tan contentos. Vete a las Bahamas a descansar con un mojto en cada mano. ¡Y córtate el pelo! Ya te va haciendo falta.
—No pienso dejar el caso, Héctor. Es la cafetería de mi cuñada.
—¡Por favor, no te pongas sentimental a estas alturas! —exclama Héctor poniendo los ojos en blanco.
—Ya no trabajo para el bufete. Ni Ángela ni mucho menos tú podéis decirme lo que tengo que hacer.
—Lo digo por tu bien. Vas a hacer el ridículo y después de enfrentarte a tu antiguo despacho y a Tirey, nadie querrá contratarte.
—¿Por qué iba a hacer el ridículo?
—Porque es un caso perdido. Lo sabes de sobra.
—No lo es. Tengo unos informes del ayuntamiento que confirman que...
—Vas a perder porque compites contra mi. Y soy mejor abogado que tú.
Alberto tarda unos segundos en procesar lo que le ha dicho y, cuando lo hace, no puede evitar reírse a mandíbula batiente.
—También compites contra uno de los mayores grupos empresariales de la región —continúa Héctor impasible —Ese centro comercial estará construido a principios del año que viene y no puedes hacer nada para evitarlo. Habla con tu cuñada y convéncela a ella y al lunático de su socio de que vendan su ruinoso negocio al grupo. Y tú echate a un lado con la poca dignidad que te queda.
—¿Sabes qué es lo más divertido Héctor? —dice el chico secándose las lágrimas de risa de los ojos.
—¿Qué? —pregunta el otro desafiante.
—Que por un momento pensé que habías venido a arreglar lo nuestro. Fíjate, pensé que te importaba algo.
—Y me importas Alberto. Por eso te recomiendo que...
—¡Una mierda! —le interrumpe poniéndose en pie —¡Te importo una mierda! Siempre te he importado una mierda. ¡Que te vas a casar con tu jefa joder! Es lo más ridículo que he oído en la vida.
—No te permito que...
—¿Qué? ¿El qué no me vas a permitir tú imbécil? ¡Bobo, que eres bobo. ¿Sabes qué te digo? Que vamos a ganar el caso. Así que vete preparando que le vas a contar a tu futura mujercita cuando Tirey tenga que construir su centro comercial en Alpedrete. Porque soy mucho mejor abogado que tú. Pero, sobre todo, porque estoy muy, muy cabreado contigo. Cabreado como una mona. Y te vas a cagar en el juicio. Y respecto a la oferta, te la puedes meter por el culo. Ya verás qué gusto. Yo me voy a la cafetería a que el lunático ese, como tú le llamas, me dé bien duro hasta que me olvide cómo pude pensar en algún momento de mi vida que eras el hombre con quién quería estar. Vete a la mierda.
Y acto seguido abandona el pub sin mirar atrás y dejando a un Héctor estupefacto en el sitio.
ESTÁS LEYENDO
Empezar de cero: Una historia de amor gay
ChickLit¿Qué hacer cuando lo has perdido todo? Alberto creía tener la vida perfecta: un trabajo que le gustaba, una reputación como abogado de éxito y un hombre a su lado con el que pensaba pasar el resto de su vida. Pero cuando su prometido le deja para ca...