19- Todo mal

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—¡Alberto! ¡Alberto! —grita Ismael cuando ve la figura del abogado apoyado contra la pared de ladrillo de uno de los viejos edificios de la urbanización. El chico está en cuclillas, con la cabeza entre las manos y respira con dificultad. —¿Estás bien? —pregunta, agachándose a su lado.

—¿Se puede saber por qué le has contado a Héctor que nos hemos acostado?

—Yo... llamó el otro día. Me tocó los huevos. Te lo iba a decir.

—¿Me lo ibas a decir? ¿Cuándo? Además, un momento ¿llamó el otro día? O sea, que cuando llamó ¿todavía no habíamos follado?

—No. —niega Ismael con la cabeza gacha.

—¿Pero a ti que cojones te pasa en la cabeza? —exclama Alberto levantándose de un salto —¿Cómo puedes haber mentido así?

—Técnicamente no he mentido. Nos hemos acostado. Tu mismo has dicho que fue un polvazo. —bromea intentando quitarle hierro al asunto, pero Alberto le devuelve una mirada fría como el hielo.

—¡No me fastidies! Sabes a lo que me refiero.

—No te lo tomes así. El tipo es un imbécil integral. Me molestó que me llamase y le dije lo primero que se me pasó por la cabeza.

—¿Y qué fue eso exactamente?

Ismael duda y se rasca la cabeza intentando encontrar las mejores palabras.

—Puede que mencionase que te iba a follar en la barra de la cafetería y que me estabas pidiendo polla de manera insistente.

—¿Qué dijiste qué? —grita Alberto, poseído por una rabia desconocida hasta entonces —¿Por qué quieres arruinarme la vida?

—Arruinarte la vida por decirle a ese tipejo que tienes una vida más allá de él? ¡Venga ya!

—¡Tú no lo entiendes! ¡Héctor es el amor de mi vida! Y ahora lo has arruinado todo. Nunca me perdonará que haya estado con otro.

—Tienes que estar de broma Alberto —suspira el camarero —¡Se va a casar con una mujer, por el amor de Dios!

—¡No lo sabes! ¡Quizás aún podamos arreglarlo! Igual ha vuelto por mi. Porque le importo.

—A ese lo único que le importa es construir el maldito centro comercial. ¡Abre los ojos de una vez!

Alberto da un paso hacia atrás dolido.

—Ya veo que te parezco absolutamente insignificante —asiente. Ismael intenta interrumpirlo, pero el chico no le deja —No pasa nada. Estoy acostumbrado. Héctor ha sido el único hombre que me ha mirado de verdad. Que me ha valorado. Y tú no nos conoces. Ni a Héctor ni a mi. No sabes lo fuerte que era lo que teníamos. Ha venido por mí, estoy seguro, y ni tú ni tus estúpidas mentiras van a separarnos. Hablaremos de lo nuestro y todo volverá a ser como antes. ¿Lo entiendes?

Ismael se encoge de hombros sin saber qué decir. Ese chaval ha perdido el juicio.

—Va a ser mejor que no nos veamos más. —continúa Alberto —No quiero que Héctor tenga ninguna duda de mí.

—Como quieras. —musita el hostelero.

—Genial —asiente Alberto —Le iré contando a Paula los avances en el caso. Prometí que os ayudaría, pero será mejor que a partir de ahora trabaje desde casa.

Sin decir más, el chico se va dejando a Ismael más confundido de lo que ha estado en mucho tiempo. Apretando los labios para evitar que afloren unas lágrimas y un sentimiento que no quiere identificar, golpea con el puño la pared de ladrillo. Con todas sus fuerzas.

—¡Joder!

***

—¿Me vas a explicar qué te pasa?

—No me pasa nada. Deja de preguntarme de una vez.

—Alberto, soy tu hermano y te quiero. Pero llevas tres días sin salir de casa, encerrado con una montaña de papeles y nos estás empezando a poner un poco nerviosos a todos. —Mario se sienta en la cama de su hermano, que no se gira a mirarle.

—No sabía que te molestase. Si quieres me voy.

—Sabes que no es eso lo que quiero decir. Simplemente estoy preocupado por ti. ¿Qué ha pasado con Ismael?

—Que es un imbécil.

—Eso fijo, porque casi se parte la mano después de hablar contigo.

Ahora si Alberto se gira en su silla.

—¿Está bien? —pregunta con un falso tono de indiferencia.

—Está mejor, la hinchazón va bajando poco a poco. Pero Paula está cabreadísima. Pensaba que te había partido la cara a ti.

—¡No! —Alberto niega con la cabeza.

—No, ya sé que no. No has visto cómo tiene la mano. Si se lo hubiese hecho pegándote a ti, tendrías la cara hecha un cuadro picasiano.

—La verdad es que no me imagino a Ismael pegándole a nadie. —sonríe el chico a medias.

—Yo tampoco. Por eso la debió de tomar con una pared. Pero no nos quiere decir por qué. Y tú tampoco por lo que veo.

—Es... privado. —afirma el abogado.

—¿Y desde cuando tenéis Ismael y tú cosas privadas? ¿Qué ha pasado entre vosotros?

—Nada —miente Alberto.

—¿Os habéis acostado? —pregunta Mario, que conoce demasiado bien a su hermano.

—¡No! —dice el otro mirando para otro lado.

—¡Ay por favor! ¡Habéis follado! —se escandaliza levantándose de la cama.

—¿Te quieres callar? ¡Que se van a enterar hasta los vecinos! —protesta.

—¡Qué fuerte! Verás cuando se entere Paula.

—A Paula ni media. Fue un error y no se va a volver a repetir. ¿Sabes quién vino hace tres días?

Mario pone mala cara.

—Sí. Héctor. Paula me dijo que vino a ofrecerles un trato por la cafetería y que Ismael tuvo que echarlo.

—Debería llamarle ¿no?

—¿Qué? ¡No! —se indigna su hermano.

—Tengo que hablar con él. Quizás lo del centro comercial solo es una excusa y ha pensado mejor lo nuestro.

—¡Alberto! Repito. No.

—Pero...

—Pero nada. ¿No te parece que ese chico ya se ha reído lo suficiente de ti? Hermano, tienes que quererte más. Sé que le echas de menos, pero hazme caso por una vez: no te conviene. Sal, conoce a otros tíos. Hay millones ahí fuera que podrían hacerte feliz.

—Como Ismael.

—Pues mira sí, como Ismael. El pobre no lo ha pasado nada bien, pero te garantizo que es mil veces mejor persona que tu ex. No hay comparación.

—Héctor no es un mal tipo.

—Malo no. Es peor. No te conformes con él. No le llames.

—Vale —suspira el abogado.

—Alberto. —dice Mario mirándole muy serio.

—¿Qué?

—Prométemelo —le pide.

—Vale, vale, prometido. —dice el otro mirando al suelo.

—Genial. Me voy a trabajar. Te dejo que sigas con tus papelotes.

—Hasta luego. —dice Alberto despidiéndole con la mano.

"Menos mal que ya había quedado con Héctor antes de prometerte nada hermanito" piensa y suelta un hondo suspiro mientras esconde la cara entre las manos.

Empezar de cero: Una historia de amor gayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora