𝑢𝑛𝑜

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La noche de luna llena, ¿qué significa? Por alguna extraña razón, cada vez que miro el cielo nocturno y me encuentro con la luna brillando entre tanta oscuridad siento algo extraño en el pecho, me estremezco. Como si alguna clase de sensación desconocida estuviera apretándome el corazón, pero no sé lo que es. 

En realidad, es extraño porque no recuerdo nada a excepción de la luna, como si desde el primer momento en el que abrí mis ojos hubiera estado ahí, brillando para mí.

Llevo trescientos años viviendo en este templo en ruinas. Muchas de las columnas que lo sostienen están siendo corroídas por el moho y las fuentes que una vez rebosaron de agua, están hoy obstruidas, la mayoría cayéndose a pedazos. 

Aunque el lugar donde vivía parecía estar a punto de desmoronarse, me encantaba. El templo estaba rodeado de un bosque, y los animales que en él habitaban vivían conmigo.

Creo que nunca he estado verdaderamente sola, pues la compañía de los animales silvestres ha sido muy agradable, y más aún la de las voces de las mujeres que siempre me acompañaron, al igual que la luna. 

Nadie jamás vivió aquí conmigo y francamente nunca he echado en falta otro rostro humano, me bastaba con escucharlas todos los días. Escuchaba pero no veía, y como era capaz de oír desde que tengo uso de razón, no me parecía extraño. Nunca me había hecho preguntas, vivía feliz, acompañada por las voces y los residentes del bosque.

Todo cambió cuando fui consciente de su presencia, una presencia que podía ver y oir durante una noche. Hasta ese momento, desconocía que las voces que escuchaba le pertenecían a unos cuerpos similares al mío, unos que habían dejado el mundo material y eran invisibles para mis ojos ingenuos.

No soy capaz de recordar con exactitud cómo fue la primera vez que charlé con ellas cara a cara. Acudí al observatorio movida por la ilusión de sus voces, difusas en mi cabeza. En ese momento no podía explicarme a mi misma porqué había desarrollado un lenguaje que no podía emplear con los animales, y la respuesta fueron ellas, que me enseñaron constantemente cuando era una niña. Siempre las oí y las hice caso, pero a medida que fui creciendo dejé de percibirlas con tanta frecuencia. Si me paro a pensarlo, puede haber sido un cúmulo de cosas. La primera fue que empecé a prestarle más atención a aquello que si podía ver, y no tanto a las que podía oír. La segunda fue que las diosas perdían poder.

Comencé a verlas materializadas solo durante una velada cada cierto tiempo a cambio de dejar de oírlas casi cada día. Desde ese momento, sólo en las noches de luna nueva era capaz de ver a las diosas, de oír las voces de mis ancestros, únicamente cuando la oscuridad del cielo devoraba a la luna. 

De repente me encontré a mi misma, acudiendo al observatorio con regularidad para poder comunicarme con ellas. Siempre se alegraban de poder hablar conmigo cuando el satélite lunar caía.

Me han contado muchísimas cosas sobre el mundo exterior, cosas que no entiendo. Me hablaron de este lugar, solía ser la ciudad de las diosas, de ellas, más bien. Desafortunadamente, algo sucedió y desaparecieron todas. La raza se extinguió para siempre. Les pregunté cientos de veces que pasó, o como dejaron este mundo, pero las deidades dicen que no se acuerdan de sus muertes. 

Me acompañan y me hacen sentir querida. Lo que más adoro de esas noches es poder tocarlas, sentir el calor de alguien similar a mí. Verlas, perderme en sus preciosos ojos, en sus bellos rostros. Las diosas eran verdaderamente hermosas.

Normalmente son las deidades extintas quienes me hablan, aunque no siempre son ellas las que contactan conmigo. Cuando algo así sucede, solo soy capaz de escucharlas, jamás les veo. Quizá sea porque no tienen un poder comparado al de las diosas.

𝑀𝑜𝑜𝑛 | 𝑁𝑎𝑡𝑠𝑢𝑚𝑒 - 𝑒𝑝𝘩𝑒𝑚𝑒𝑟𝑎𝑙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora