𝑡𝑟𝑒𝑠

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Abrí los ojos, confusa al no ver el cielo estrellado. Pestañeé para esclarecer la imagen, encontrándome con una luz tenue iluminando la estancia. Estaba tumbada en una cama, cortinas blancas me impedían ver más allá.

Me incorporé con dificultad, sentía un agudo dolor en la sien. Me llevé la mano a la cabeza y dejé escapar un siseo cuando sentí un pinchazo en la misma zona.

¿Dónde estoy? ¿Y el jardín? Era lo último que recordaba, y no estaba allí. Todo lo contrario, desperté en un lugar diferente y estaba convencida de que no había llegado allí por mi propio pie. Alguien había tenido que encontrarme y me había traído aquí.

El corazón me latía a toda velocidad. Me deslicé por el colchón y puse los pies en el suelo, tratando de no hacer ruido. Debía ser sigilosa por si no estaba sola.

Rain no me había advertido de nada de esto, no me había aconsejado sobre cómo debería actuar con alguien más. Sólo mencionó al barquero y a los hombres lobo.

Me asomé con cuidado desde detrás de la cortina y me alegré al descubrir que ni había nadie allí. No quise detenerme a recorrer la habitación porque el miedo era más fuerte que mi curiosidad. Caminé de puntillas hasta la puerta y coloqué la oreja sobre la superficie de la misma. No se oía nada.

«Vamos, Cloé» me repetí mentalmente, soñaba muy bien, soñaba alentador. Posicioné la mano sobre el pomo de la puerta. Lo giré con cuidado, intentando ser sigilosa en todo momento. Abrí la puerta y saqué la cabeza, el pasillo permanecía iluminado por la misma luz tenue que la estancia en la que desperté.

Me aseguré de que los pasillos estaban desiertos antes de salir de la habitación. Cuando quise darme cuenta me encontraba corriendo por los rellanos, avanzando todo lo rápido que podía, evitando pensar en lo que me dolían las plantas de los pies o en las punzadas que recibía en la cabeza.

De pronto me golpeé la cabeza con algo. Retrocedía aturdida y sobé por instinto la zona afectada. Dirigí la vista al frente con la necesidad de descubrir con qué me había chocado, pero no era una cosa, sino una persona.

Tenía un ojo tapado y el otro brillaba como una canica celeste. Sus cabellos caían libremente sobre sus ojos, y llevaba una corbata floja y puesta de manera despreocupa. Blancos y misteriosos vendajes cubrían ciertas partes de su cuerpo, entre ellas, su ojo derecho. ¿Era una momia? Debía serlo, aunque por alguna razón me parecía peculiar. Las diosas dijeron que las momias eran seres horribles, pero en este muchacho no había rastro de eso.

Me miraba con severidad mientras me frotaba la frente con un mohín de asco.

—Quítate de mi camino.

Su voz era grave y sus palabras muy groseras. Fruncí el ceño. Nunca había oído a nadie decir cosas así, de una manera tan irrespetuosa.

—Me duele la frente... —mascullé, sin moverme de mi sitio.

—¿Puedes echarte a un lado? —pidió, con crudeza.

Le devolví una mirada cuando logré deshacerme un poco de la sensación de dolor.

—¿Ni siquiera te vas a disculpar?

—¿Y por qué debería hacer eso? —esbozó una falsa sonrisa. —Sigues en mi camino.

Una parte de mí me decía que lo hiciera, que me apartara para que el muchacho pudiera irse. La otra estaba emocionada, llena de curiosidad por tener a una momia frente a sus ojos, una de verdad. Hasta la fecha, sólo había podido imaginarme la apariencia de las momias, de los demonios o de los súcubos. No obstante, ahora todo eso había cambiado, y no podía dejar esta oportunidad escapar.

𝑀𝑜𝑜𝑛 | 𝑁𝑎𝑡𝑠𝑢𝑚𝑒 - 𝑒𝑝𝘩𝑒𝑚𝑒𝑟𝑎𝑙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora